Lo que Dios quiere siempre es lo mejor




Lo que Dios quiere siempre es lo mejor. Cuesta entenderlo y asumirlo cuando no va en la línea de nuestros deseos, pero es lo mejor sin duda alguna; de ahí que debamos darle las gracias continuamente, porque sus planes para nosotros están dentro de su corazón donde todo es bueno.

Dar las gracias es un gesto de fe grandioso, porque con ello decimos a Dios que aceptamos su voluntad y que creemos profundamente en sus designios, en su acción a favor nuestro y en sus promesas de escucharnos, atendernos y protegernos, respondiendo a nuestras súplicas y plegarias.

Puede que no parezca fácil y tal vez no lo sea, porque agradecemos algo que pedimos y que no vemos. Pero la fe consiste en creer a pesar de todo, como si ya lo estuviéramos viendo, como si lo estuviéramos palpando con nuestras manos; como si ya lo hubiéramos alcanzado.

¿No fue eso lo que hizo la Virgen en su canto del Magníficat?

Hay todo un manual en esa oración de alabanza de la Virgen a Dios, del que todos podríamos aprender a estar en sintonía con lo que Dios quiere de nosotros y para nosotros.

En la imagen de la Virgen del Rocío hay una intensa lección del Evangelio, una auténtica revelación de dónde tenemos que centrar nuestros ojos los rocieros, dónde hay que mirar para no perder el Norte, dónde podemos encontrar la paz que tantas veces le imploramos, dónde está la salud que le suplicamos, dónde se halla la verdadera vida.

La Virgen solo es mediadora entre nosotros y el Pastorcito Divino, pero nos invita constantemente a mirarlo a Él.

Cuando le pedimos paz, nos alimentamos de la serenidad de sus ojos, posados en aquel que lleva en sus manos. Cuando le pedimos salud, su mirada vuelve la nuestra al que tiene el poder de sanarnos. Cuando le pedimos trabajo, salir de situaciones embarazosas y complicadas, cuando no sabemos hacia dónde tirar, Ella mira al único que puede cambiarlo todo, como si nos recordara aquella frase suya de las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga”.

Y si se trata de eso, de dejarnos llevar por las manos de la Virgen, que nos conducen al mejor de los destinos, ganamos mucho más que perdemos si de todo corazón damos gracias a Dios confiándole lo nuestro y convencidos de que Él siempre da el ciento por uno y siempre da para favorecernos, aunque no lo entendamos en un primer momento o según el momento que estemos atravesando.

Sé que la Virgen del Rocío no deja caer en un saco roto nada de lo que hablamos con Ella. Sé que antes de que le hablemos, ya Ella sabe lo que queremos decirle. Sé que nos conoce y que nos ama tal como somos y sé que dejarse llevar por Ella, es también dejar que nos enseñe, que nos conduzca y que nos acerque al que tiene la llave de la transformación de todos los corazones. Con todas sus consecuencias. Porque lo que Dios quiere, siempre es lo mejor.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es