Buscando la mirada de la Virgen me paso muchos ratos de mi vida, sí. La busco porque no voy a negar que, alguna vez, he llegado a dudar de que estuviera ayudándome, de que me tuviera en cuenta.
Cuando me he puesto frente a Ella, ante su bendita imagen, y veo sus ojos mirando en una sola dirección, le he preguntado en los momentos de dificultad: “¿Por qué a Él sí y a mí no?” Le he suplicado: “Mírame”. Le he susurrado: “Vuelve a mí tus ojos misericordiosos”…
Da igual en qué lugar del Santuario me ponga, Ella no levanta sus ojos de aquel que lleva en las manos, y yo he implorado sentir que a mí también me miraba.
Y claro que me mira, a mí y a cada una de las personas que la buscamos, ya sea estando en su ermita, ya sea cerrando los ojos y llamándola con nuestro pensamiento y nuestra oración.
La Virgen nos mira, porque en sus manos está la salvación de cada uno de nosotros. En sus manos está la salud, y la vida, y el camino, y la esperanza, y la alegría, y la entrega, y la redención, y la verdad, y el perdón, y la paz…
La Virgen tiene sus ojos puestos en el amor inagotable, en aquel que todo lo puede, y cada vez que lo mira a Él nos está a mirando a nosotros, diciéndonos que Ella media por nuestras súplicas y las pone donde sabe que son atendidas.
Ahora, cuando busco su mirada, lo hago para que Ella me recuerde de donde no puedo yo apartar la mía, lo hago para no perder el rumbo en los peores momentos y para saber ser agradecida, incluso zarandeada por la tempestad, porque allí donde están los ojos de la Virgen está la salvación, y sé que me lleva de su mano, que no está quieta ante mis inquietudes, ni sorda al reclamo de mi voz.
Ella me escucha, me atiende y me mira y conduce mi mirada a puerto seguro, porque su intercesión es infalible y no falla jamás.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es
