Vamos contentos al Rocío porque siempre es una oportunidad de encontrarse con la Virgen en una fiesta inigualable.
De unos cuantos años yendo, siempre con Sanlúcar de Barrameda, surgió un día una invitación por parte de mi familia política, la de mi mujer, que son de la Línea de la Concepción y que hacen el camino con amigos de ésta Hermandad.
Primero me costó un poco decidirme a ese cambio, eran muchos años yendo con Sanlúcar al Rocío, no quería dejar atrás a amigos con los que siempre caminé y, por otro lado, también me atraía saber, conocer, sobre cosas que me contaban los que caminaban con el Simpecado de La Línea, por aquello de tener la experiencia de una hermandad más pequeña en la que sería más fácil estar más cerca del Simpecado, por ejemplo.
Por fin me decidí a ello, y fui al Rocío caminando con la Línea. El primer día de camino fue bastante emocionante para mí. Físicamente estaba con el Simpecado del anagrama de María, pero mi corazón andaba pensando en lo que estarían haciendo en ciertos momentos mis amigos, con los que siempre caminé.
La llegada a Sanlúcar hizo que se me desanudara por fin la garganta, porque hasta aquel momento había estado conteniendo el llanto, pero allí rompí a llorar, y de pronto se fueron acercando a mí personas a las que no conocía absolutamente de nada, gente que tenía experiencias junto a su Simpecado, gente que me animaba, me abría los brazos, me decía que harían lo posible porque no me arrepintiera de caminar con ellos…
Los que hacen el camino por ésta parte de la provincia de Cádiz, sabrán lo que estoy diciendo, las cosas que se sienten cuando se cruza ese río, pisar la otra orilla con la que soñamos todo el año… Y fue allí, en Malandar, cuando le dije a mi mujer y a la familia que iba a andar un rato solo, lo más cerca que pudiera del Simpecado.
Aunque creáis que es difícil estar en silencio en el camino, os puedo asegurar que también hay momentos para callarse. De pronto, me descubro andando al ritmo de un puñado de peregrinos, también en silencio, que solo se rompió porque uno de ellos comenzó a rezar la Salve, los demás le seguimos. Después, un chico bastante joven, empezó el Ave María. Alguien dio Vivas a la Virgen y una voz preciosa de una chica, preciosa también, se atrevió a cantar unas sevillanas, de las que te desgarran el alma, sin pararse, sin perderle la vista a la Virgen del Simpecado.
Me reincorporé a mi familia horas más tarde. En esas horas, no sé cuántas personas se acercaron a preguntarme si necesitaba algo, si iba bien, si estaba cansado…
Pocas veces en la vida se siente el cansancio tan compartido, como si otros también te lo llevaran.
No sé exactamente deciros por qué, pero desde aquel año, vamos los impares con Sanlúcar y los pares con La Línea de la Concepción, sin necesidad de que me digan “vente”, porque yo soy el que quiero ir. Lo único que puedo decir es que La Línea es especial, y que ahora ando con el corazón repartido entre estas dos hermandades, pero con el deseo de cada año, caminar al lado de una de ellas.
Periódico rociero
Juan María Lebrón / La Línea de la Concepción