martes, diciembre 2, 2025
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Con la miel en los labios

Exactamente me quedo siempre con la miel en los labios cuando veo a la Virgen.

El silencio y la palabra se entremezclan cuando la visito. A veces, saco de mi corazón el peso que lo aflige y me siento ligera de equipaje, tras haberme desprovisto del plomo de mi mochila. Otras veces, le ruego que le hable a mi corazón, y dejo mi palabra a un lado para escuchar con atención lo que me dice su mirada, lo que me transmite su rostro…

Su paz es delatadora de que ha tomado para sí, guardándolo en su corazón, lo que me preocupa y lo que me entusiasma, y yo se lo entrego con confianza plena.

Y habla, claro que habla. Lo hace haciéndose presente en lo más sencillo y en lo más cercano, en los grandes acontecimientos y en las minucias que se repiten en lo cotidiano. Lo hace dándome paz y sacudiéndome el alma como si quisiera hacerme reaccionar cuando me cuesta decidir o actuar en un sentido o en otro.

Cuando hallo una respuesta a mis plegarias y a mis interminables preguntas, que me agotan hasta a mí misma, me atrapa un agradecimiento sinfín y aparecen nuevas cuestiones que reclaman más atención de su corazón paciente, pero me deja con la miel en los labios, preparándome así para nuestro próximo encuentro.

Y ocurre, una vez y otra, y se renueva mi gratitud, que permanece intacta incluso en medio de esos “tira y afloja” con los que tantas veces me pongo a sus plantas y con los que Ella ruega ante el Señor con las fuerzas y la fe que a mí me faltan.

Ella es mi paz y mi consuelo, mi ayuda, mi tesoro, mi alivio, mi esperanza, mi madre, mi amiga, mi puerta siempre abierta, y su nombre es miel en mis labios, que endulza todos y cada unos de mis pesares y presencia en cada una de mis alegrías.

 

Francisca Durán Redondo

Directora de Periódico Rociero

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