Me he pasado desde crío soñando con la Virgen de las marismas. El día que por fin pude ir casi ni me lo creía, tenía unos quince o dieciséis años, y algo ha caído desde entonces que ya tengo sesenta y uno.
Fueron unos vecinos los que animaron a mis padres a ir a la romería, y mis padres por tal de que yo no siguiera poniéndome tan pesado, aceptaron ir. Tuve suerte, a mí me gustó mucho más de lo que yo me imaginaba que sería el Rocío, pero a mis padres les encantó y salvo unos cuatro o cinco años que no pudimos ir por temas de trabajo, no hemos vuelto a faltar.
Entonces soñaba cosas de niños, después con la experiencia de los años y la poca madurez que se coge, mis sueños eran otros.
Sueño que Ella me mira, aunque yo muchas veces la dejé de mirar.
Sueño que Ella confía en mí, aunque yo muchas veces le dije que la Fe no era útil.
Sueño que estoy en sus manos, aunque yo muchas veces le reproché que se había olvidado de mí.
Sueño que me da paz, aunque yo muchas veces creía que estaba viviendo una auténtica guerra.
Sueño que me protege, aunque yo muchas veces llegué a pensar que protegía a otros antes que a mí.
Sueño que no puedo estar sin Ella, aunque yo muchas veces le dije que no quería saber de Ella nada más.
Sencillamente sueño que Ella es mi sueño y cuando me despierto le doy gracias porque está dentro de mi realidad.
A la Virgen le cuento lo blanco y lo negro, y unas veces me va mejor que otras, pero yo se lo cuento y ya está, en Ella confío plenamente.
Periódico Rociero
Javier Camacho / Cabra