Un Sacerdote al que guardo muchísimo cariño y con el que mantengo una gran amistad de más de 30 años, siempre me ha dicho que “en los momentos de mayor dificultad es cuando más se tiene que afianzar nuestra confianza en Dios”. Esta frase la he discutido con él por activa y por pasiva. No tengo la más mínima duda de que un corazón confiado llega más lejos que uno que no confía, pero mi pregunta siempre ha sido la misma, aunque su respuesta tampoco varió jamás:
-¿Y eso cómo se le dice a los que están desesperados y no saben ya por dónde tirar, a los que han seguido rezando y no se sienten escuchados, a los que rezan más que nosotros y dicen obtener menos o peores resultados que otros que ni rezan ni actúan bien?
Y él mantiene su afirmación: “Dios siempre escucha a aquellos que confían y creen en Él”.
Y es que confiar y creer tienen que ir tan unidos que parezcan una sola cosa, no puede haber una sola abertura por la que la duda se pueda colar; el corazón tiene que estar cerrado y sellado a elementos externos que quieran sembrar en nosotros sentimientos de lejanía o desatención por parte de Dios porque se produce justo el efecto contrario y somos nosotros los que acabamos alejándonos, olvidándolo e ignorando su presencia, que nunca nos abandona.
Nuestra Fe tiene que alcanzar, al menos, el tamaño de un granito de mostaza, y si no se tiene la suficiente es porque no creemos que Dios es Todopoderoso.
Cuando a mí me asaltan las dudas, -porque también me asaltan-, es cuando suelo acudir con más insistencia a la Virgen del Rocío. “A Ti no te falta Fe, que eres intercesora, así que suple Tú la que yo no tengo”, le suelo pedir.
Si algo tienen los ojos de la Virgen, -además de transmitir Paz, consuelo y ese ramillete de regalos que proceden de su mirada-, es firmeza. Si cada vez que la miramos supiéramos leer en ellos saldríamos del Santuario con la lección aprendida, intentando ponerla en práctica: “No dudes. ¡Cree en Él”. Porque al rezarle, Ella no hace otra cosa sino mirar a su Hijo, como si le estuviera trasladando lo que le confiamos y si confiamos tenemos que creer que para Dios no hay nada imposible por más negro que veamos nosotros los agujeros de la vida.
Ahora que hay tantas personas que han perdido el rumbo, pidamos juntos a la Virgen del Rocío que coja el timón. Ella no va a mirar a otro destino que el que lleva en sus manos. Que confiar y creer, para los rocieros, se conviertan en una sola cosa.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es








