Lo mismo que es importante decir que sí y estar siempre disponible para cosas importantes, también hay que saber decir que no a muchas situaciones que te pueden destrozar la vida, y yo tuve la suerte de decir una vez que no para siempre, y tuvo mucho que ver mi padrino rociero que me ayudó con su fe a salir de las garras de un callejón que podría no haber tenido salida.
Él me enseñó que para decirle que sí a la Virgen hay que saber decirle no a otras historias que nos apartan de Ella y de su hijo.
Esa enseñanza llegó un día a mi vida, cuando ya había dado por perdido todo lo que tenía, todo lo que era, todo lo que había conseguido. Me dejé en un abandono total y creo que si en aquella etapa alguien me hubiera dado un remedio mágico para no haber sufrido y haberme quitado del mundo sin enterarme de nada, lo hubiera hecho. Son cosas que nos creemos que no nos van a tocar a nosotros y me tocó a mí y lo tuve que pasar con bastante sufrimiento y pena, pero después con la alegría de haber salido de aquellas tinieblas.
Mi padrino rociero, Luis Arévalo, me ayudó a salir adelante. Él supo entender cómo me sentía y me dijo que rezaría por mí y que yo lo que necesitaba eran muchos ratos de Rocío, pero no de Rocío de fiesta, de cantar ni bailar, sino de Rocío con la Virgen, de ir al Rocío para estar allí delante de Ella y de contarle las penas que tenía encima.
Durante un año me estuvo llevando todos los meses a ver a la Virgen. Algunos meses iba dos veces a verla. Entrábamos en la ermita, él se quedaba un ratillo, pero después se levantaba y me decía: “Escucha, ahí te dejo con Ella”. Y ahí me quedaba yo, preguntándole si me escuchaba, si sabía cómo me encontraba. Había veces que solamente lloraba, porque tenía impotencia de no poder decir lo que me presionaba en el pecho que no me dejaba ni respirar.
Al principio no tenía ninguna gana de ir, pero después deseaba que Luis me llamara para decirme que nos íbamos para el Rocío. Su mujer, una gran rociera también, me decía que confiara en la Virgen que a Ella no le había fallado jamás y yo empecé a comprender que no perdía nada por intentarlo, no más de lo que ya había perdido.
Las visitas me sirvieron como terapia, llegaba, me persignaba ante la Virgen, estaba unos segundos de pie y enseguida me sentaba en un banco, unas veces le hablaba sin parar, y otras sin nada que decir. Lo que me pesaba fue saliendo hasta que por fin me sentí libre.
Mi historia sería larga de contar, pero hizo tanto por mí, que yo hice promesa de ir a verla durante un año seguido todos los domingos, y a pesar de la distancia, lo hice y no siempre se daban las mejores circunstancias, más de un domingo cayeron trombas de agua de las que te hacen pensarte si salir de casa, pero yo cumplí y hoy puedo decir que soy una persona nueva, a pesar de que tuve que decir muchas veces no y a cambio decir sí a las personas que realmente me ayudan, a las cosas de la Virgen que me ha dado tanto y a saber darle las gracias por lo que por mí ha hecho, que es muy grande.
Espero que muchas personas lleguen a tener fe y encuentren en la Virgen lo que he podido encontrar yo.
Periódico Rociero
Sebastián Redondo / Puente Genil