Hermoso día es el que hoy se celebra: día de la Esperanza; una de las advocaciones más populares de la Santísima Virgen María, y una devoción fuertemente arraigada en los corazones de los cristianos que saben, sobradamente, que es la esperanza lo último que se pierde.
Todos hemos pasado alguna vez por la urgencia de quedarnos a solas con Ella, con la Esperanza, buscando esa pequeña luz que llega a iluminar el alma pero que los contratiempos del camino de la vida nos hacen pensar que se está apagando. Y no, no se apaga; esa luz que nos parece en algunos momentos imperceptible, sigue encendida en medio de la oscuridad y las tinieblas. Ve pasar las nubes negras que quieren ensombrecer nuestra fe, observa en silencio cómo las tormentas intentan sumirnos en el miedo, aguarda serenamente el chaparrón de los corazones rotos y malheridos, y sigue con su luz en la cúspide del pabilo de la vela que cree agonizar, pero vuelve a elevarse sobre la cera.
La Esperanza no se derrite en el alma, es un ancla en el mar de nuestras profundidades. Allí donde creemos que jamás seríamos capaces de bucear, está Ella como una luminaria eterna que nos invita a permanecer en oración en la tempestad y en la calma, a ser agradecidos en la abundancia y en la pobreza, a estar confiados ya sea el sendero árido o saciado de agua.
A solas con la Esperanza es como acabamos tantas veces en el regazo de nuestra bendita Madre del Rocío. Allí, en sus rodillas, sentimos nuestra cabeza recostada, cuando andamos sin fuerzas, desvalidos, débiles y faltos de una fe robusta, y Ella nos mira, con la misericordia de sus ojos abasteciéndonos de amor y protección, regándonos con el fuego del Espíritu, curando con la serenidad de su mirada las llagas abiertas que tanto duelen.
A solas con Ella, hoy, más que nunca, volvemos a decirle: Rocío, Esperanza nuestra, ruega por nosotros, caiga tu paz sobre la tierra, levántanos del asiento de la comodidad, sálvanos de la indiferencia, quita las vendas de los ojos que siguen sin ver, tráenos el bálsamo de tu intercesión y concédenos la gracia de ser agradecidos todos los días de nuestras vidas.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es