Muy pronto volverá a ser Pentecostés, otra vez y, mientras tanto, cada día Tú, Madre misericordiosa del Rocío, me ayudas en todo.
Desde que me levanto estoy abierta a la acción del Espíritu de Dios, que es el dador de todas las Gracias, ese del que Tú te llenaste y es el consuelo que deja impregnado de paz nuestros corazones.
Muy pronto volveremos, si Dios así lo quiere, a verte pasear por las calles del Rocío. Los días que faltan hasta ese momento son regalos que Tú me haces para que siga soñándote, imaginando tus andas posada sobre hombros almonteños y Tú sonriéndome al verme, acercándote a mí cuando ni tan si quiera me he atrevido a pedírtelo.
Hoy te pido que me sigas ayudando, no sólo a mí, sino a todos aquellos que te necesitan y buscan, al mirarte, la paz en el alma, el consuelo en el corazón, la respuesta a sus preocupaciones y el gozo en su acción de gracias.
Gracias, Dios mío, por haberme concedido el don de ser rociera. A ti, Madre, gracias por no dejarme sola y permitirme recurrir siempre a tu intercesión, por mostrarme a Jesús en tus manos, cercano a todos y fiel en su Promesa de seguir derramando sobre el mundo su Espíritu Santo, el dador de todas las Gracias.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es