La actitud de estar en vela, atento a las necesidades propias y a la de los demás, como si fueran las propias, es un gran ejercicio que mantiene activados nuestros corazones.
Se podría decir que es el deporte del corazón y que así se está en forma interiormente, siempre que a la par, todo pase por la mirada de Dios, practicando la oración, que es el canal por el que nos comunicamos con Él y Él con nosotros.
Aunque parece fácil, (que en verdad lo es), la constancia es la asignatura pendiente para que la oración sea efectiva, porque es a través de ésta como maduramos, crecemos y llegamos a un conocimiento más profundo; conocimiento que a la postre nos da una visión completamente distinta de todo lo demás.
Aprendemos a mantener la paz en las más variopintas situaciones, aprendemos a ser consecuentes con lo que pensamos que es mejor para nosotros, aprendemos a dejar entrar en nuestras vidas la luz de Dios, que ilumina las partes más recónditas de nuestras almas.
Y si el aprendizaje se nos hace difícil, acudamos a la Virgen, la gran maestra de la oración.
En su advocación de Rocío, Ella puede enseñarnos a abrirle las puertas al Espíritu Santo, el que concede todos los dones y todas las gracias, el que puede transformar nuestras vidas si perdemos el miedo a dejarlo actuar y a que su acción nos libere, nos sane y nos renueve.
Bajo su manto, el de la Virgen del Rocío, somos protegidos y bendecidos por su intercesión, y de su mano somos enviados a ser constructores de la paz de Dios en el mundo, a ejercitar este gran deporte del corazón, que favorece nuestra salud espiritual.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodirociero.es