El pozo de bendiciones de la Virgen del Rocío no tiene fondo. Por mucho que quisiéramos escarbar en lo más profundo, no alcanzaríamos a llegar al final de su amor inagotable, perenne, intacto.
Del amor emanan los más bellos sentimientos, acaban aflorando del corazón las más hermosas palabras que asoman a los labios y se traducen en hechos y acciones indescriptibles.
El amor que “lo puede todo”, como diría en su carta a los corintios el apóstol San Pablo, es lo que quiere la Virgen del Rocío que nosotros practiquemos.
Que a la Virgen le gusta que la llenemos de piropos, que nuestras lágrimas hablen de la paz que sentimos al contemplarla, que le cantemos plegarias y sevillanas, que dediquemos ratos de nuestras conversaciones siendo Ella tema central… No cabe duda que todo eso le gusta a la Virgen y que, como Madre, se siente alagada y llena del cariño de sus hijos. Pero el amor que se nos da y se nos pide va mucho más allá de una conversación, un cante o un piropo. Va a lo más profundo de las entrañas, nos interpela y nos lleva a la acción. Es un amor activo, sin medias tintas, sin recelos ni mediocridades.
Estar ante la imagen de la Virgen del Rocío es ahondar en un pozo de bendiciones, donde podemos saciarnos para llevar al prójimo ese agua que quita la sed.
Pero si estar ante su imagen no nos conduce a nada, está claro que algo falta, algo falla en nuestra vida cristiana y rociera.
Entender la profundidad a la que debería llevarnos ser hijos de tan buena Madre, nos ayudaría a andar por la vida intentando agradarle lo máximo posible, actuando como pensamos que a Ella le gustaría, buscando dar en la diana de su corazón para que Ella siga confiando en nosotros como instrumentos de su bendito Hijo, el Pastorcito Divino.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es