En el Rocío nos juntamos gente de muchos sitios, de muchos pensamientos, de muchos puntos de vista distintos, con cultura diferente y con niveles sociales de todo tipo.
Esa variedad es de lo que yo más disfruto, después de la Virgen, claro está, en el Rocío.
Me encanta que se mezclen ricos y menos ricos, el que habla estupendamente y el que casi tiene que ser traducido porque cuesta entenderlo. El que lleva la mejor carriola y el que va andando, el que hace su estancia en una casa lujosa y el que duerme debajo de un porche o en un saco de dormir pegado a un tractor.
Esa variedad es muy bonita y considero un privilegio que lo podamos vivir los rocieros, sea cual sea nuestra procedencia.
Yo siempre pienso que esos días, esa semana del Rocío que nos trastoca la vida a todos para bien, es como una lección que nos enseña que la naturalidad y una buena convivencia, es lo que nos alegra a las personas y entonces, por qué no seguirlo haciendo de este modo el resto de los días del año.
Porque en cuanto se nos pasa la euforia de esos momentos a veces dejamos atrás tantas cosas buenas en lugar de llevárnoslas con nosotros a las casas, a las hermandades y al trabajo y a donde sea.
Para mí el Rocío es como una lección que tengo que volverme a estudiar cada año y que deberíamos memorizar y aprendernos bien para que no pongamos se practique lo que dura una romería, sino diariamente.
Fani Camacho/ La Puebla del Río