miércoles, mayo 14, 2025
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Esas piedras pesadas

Cuando metemos la pata hasta el fondo de la alcantarilla, y somos conscientes de haberla metido, la conciencia empieza su trabajo y, a la luz de Dios, acudimos a pedir perdón con verdadero arrepentimiento y con la intención de no volver a tropezar más con la misma piedra, sino de enmendar el daño causado o el error cometido.

A veces no nos perdonamos a nosotros mismos. Nos cansamos de ir siempre con las mismas historias al confesionario y darnos cuenta de que, apenas hemos levantado las rodillas del suelo, los maravillosos propósitos de cambiar y transformar nuestros corazones, duran menos de lo que tardamos en estornudar, por ejemplo.

Y entonces lo solucionamos intentando convencernos a nosotros mismos de que no tenemos arreglo, que es justo la maniobra del “angelito malo” para alejarnos de Dios.

Porque, amigos, lectores de periodicorociero.es, Dios ya sabe de la fragilidad de nuestro barro, no espera de nosotros que seamos perfectos inmediatamente después de recibir la absolución. Lo único que Dios quiere de nosotros es que nos sepamos amados por Él y que sintamos que así, de este modo, cuando vamos con la cabeza sobre el pecho por la vergüenza de nuestras faltas y cuando la levantamos porque Él nos ha perdonado, una vez más, sepamos ver la profundidad de su infinita misericordia para con nosotros.

Así de grande es Dios en nuestras vidas. La respuesta a toda nuestra miseria, siempre fue, es y seguirá siendo el amor, con el que todo se transforma.

Por eso, cuanto más arrepentidos estemos de tropezar con esas piedras pesadas, más firmes deben ser nuestros pasos para volvernos a encontrar con el que jamás nos juzga, jamás nos reprocha nada, tan solo nos abraza sobre su pecho y nos dice que somos débiles pero Él nos hace fuertes, y eso nos dará alas para volver a intentarlo hasta que consigamos, por fin, quitar uno de los obstáculos del camino para empeñarnos con más ahínco en quitar otro, y así hasta que definitivamente termine nuestra peregrinación por esta vida.

Tampoco esa absolución es una “manga ancha”, en la que tenemos un perdón a nuestra medida. No se trata de pedir perdón, sin más, y volver a hacer las mismas cosas a conciencia, pasando por el confesionario como el pasa por una caja del supermercado, paga su penitencia y hasta la próxima. No. Nada más lejos de la realidad. Porque en el Evangelio, se nos presenta a Jesús compasivo y misericordioso pero también claro y directo. Y en los pasajes en los que se nos habla del perdón, jamás da el pasaporte para seguir pecando. Sus palabras son: “Tu fe te ha salvado. Vete y no peques más”.

Poco a poco, los cristianos nos iremos adentrando más y más en el tiempo más fuerte de oración: La cuaresma. Creo que es una etapa única para que todos pidamos a la Virgen del Rocío la gracia de su luz, y Ella nos lleve de la mano a recorrer nuestra vida, desde los momentos más lejanos que recordamos hasta la actualidad, haciendo un examen de conciencia general que culmine en el Sacramento de la reconciliación, para estar realmente preparados para vivir la pasión y muerte del Señor y resucitar con Él y en Él.

Si la luz de la Virgen del Rocío está encendida en el alma, estoy segura de que nos sentiríamos, realmente, en camino de una profunda conversión.

Que Ella nos ayude a conseguirlo, para superar con creces esas piedras pesadas.

Francisca Durán Redondo

Directora de periodicorociero.es

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