Ven, Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo…
Así comienza la Secuencia del Espíritu Santo que rezamos el Domingo de Pentecostés, cuando la primavera siembra de colores los caminos y las arenas juegan a dorar los botos y las alpargatas de quienes peregrinan buscando a la Virgen del Rocío, Reina de nuestros corazones y tesoro indiscutible de los rocieros.
Y así comienzo yo hoy mi editorial, en periodicorociero.es, con esa invocación al Espíritu Santo que pasa desapercibida cada Pentecostés y que deberíamos repetir cada segundo de vida: Ven, Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo.
Y lo pido con la certeza de que es Él la mayor promesa que Dios nos hizo, de que es con su Espíritu como podemos mantenernos asidos a la mano poderosa del Creador, de que es con la Fe en su Omnipotencia como hemos de seguir adelante y de que sólo la Virgen, a la que llamamos sin cesar como Rocío, es la que puede enseñarnos a convertirnos, como Ella, en Templos que ofrezcan cobijo al Niño que descansa seguro entre sus manos.
Invoco a ese Espíritu que es Santo, dador de todos los bienes, creador, luz, paz, salud, bienestar, calma, belleza, protector, sanador, esperanza, triunfo, fuerza, bondad, perdón, comprensión, apoyo, consuelo, vida…
Lo invoco porque allá por donde pasa el Espíritu de Dios pasa María, la Virgen, la Reina de Pentecostés, nuestra Madre, y con Ella los montes parecen praderas y los picos más altos encuentran en su intercesión el ascensor para alcanzarlos.
Llénanos Tú, Madre de los rocieros, del mismo Espíritu del que Tú te llenaste. Que Él pase y sane a los enfermos, que encontremos la salud del alma, la mente y el cuerpo. Que tus manos derramen el Rocío de tu Gracia para que aquello que te confiamos con todo el corazón encuentre pronta respuesta. Que tus ojos nos traigan la Luz que necesitamos en nuestras vidas, en nuestros hogares, en nuestros trabajos y en nuestras Hermandades. Que tu rostro nos regale la sonrisa que jamás debe faltarnos a nosotros en la expresión para con el prójimo. Que tus labios nos enseñen a callar si con la palabra podemos herir a otros. Que tu corazón nos acoja siempre para que en él descubramos al Pastorcito Divino. Que tus pies sean la guía de nuestros pasos para que no nos perdamos por las sendas tortuosas del camino de cada día y que a pesar de todo, tengamos los sentidos abiertos para darnos cuenta de que hay mucho más por agradecer que por pedir…
…Pero por si acaso no supiéramos verlo, -anda, vida mía-, reza Tú con nosotros desde hoy, que tus ruegos ante Dios nos avalan hasta el último aliento: “Ven, Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo”. Porque si todos los rocieros lo rezamos, aunque sea ahora, cerrando un momento los ojos y sabiendo que Tú estás unida a la oración, esa luz que invocamos permanecerá encendida para recibir las bondades de la Misericordia infinita que tiene tanto bueno para darnos.
Feliz día de Pentecostés, hermano, hermana. Que la Felicidad te llene de Paz y Bien.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es