El Jueves Santo es el día del Amor Fraterno. A veces, sin querer, nos pasa desapercibido a los cristianos este recuerdo para con nuestros hermanos en un día tan importante de la Semana Santa.
Gustamos de recrearnos en varales y bambalinas, en borlones y bordados, en las caídas elegantes de un paso de palio y en los faldones nuevos de un paso de Misterio. Nos embelesamos con el arte y la belleza que gira en torno a la Semana Mayor y parece curioso que, fijándonos en tantos detalles, se nos escapen sin darnos cuenta los más valiosos.
Si hay algo que me apasiona de la Semana Santa, -además de su significado y del sentido cristiano y religioso al que nos compromete recordando los Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor-, es el cúmulo de devoción y sentimiento que exteriorizamos de formas tan iguales y tan distintas al mismo tiempo.
En una misma calle se puede reunir el hombre mayor que musita una oración entre sus labios, la señora que no quita ojo de su Señor de la Oración en el Huerto, el niño que desde el balcón señala con sus manitas dónde está el Señor Cautivo, porque los adultos conversan y él les avisa de quién está a punto de rozar el geranio más florido de la maceta, el joven que no es costalero pero está deseando serlo para llevar sobre sus hombros a Jesús y el que un día fue joven y se emociona viendo pasar al Nazareno porque sus piernas y sus fuerzas ya no le permiten ser uno de sus cargadores ni uno de sus penitentes.
Devoción y sentimiento se entremezclan en el alma en esta tarde que nos obliga a mirar a Jesús y a descubrirlo en el hermano, a dejar de destruir con actitudes absurdas, y empezar a arrimar el hombro para poner en práctica el mensaje del Amor que nos enseñó “Ese” que desata locuras y nos eriza el vello cuando pasa por delante nuestra, y que parece decirnos: “no te olvides que soy de carne y hueso”.
Casi de hurtadillas llega la madrugada, como pidiendo permiso para que Jesús encuentre morada en nosotros. Y se nos aleja la noche con un grito de Perdón desde nuestro corazón al suyo.
Y éste Jueves Santo, el del 2025, el Amor Fraterno es más necesario que nunca, porque en la Cruz de Jesús hay un peso de dolor y desesperación. A esa Cruz que parece que va a hacer caer al Nazareno, hemos echado las preocupaciones con las que nosotros no podemos. Sobre ella han caído las cruces que nos pesan, y cada astilla es un lamento de alguien que le dice que no puede más pero que sabe que con Él todo se puede, de gente que dice ahogarse y espera su mano para salir del lodo, de personas que no tienen a quién acudir y buscan en Él su consuelo. El Amor Fraterno urge porque si no somos capaces de mirar al que sufre a nuestro lado tampoco deberíamos de atrevernos a mirar al que va sobre la canastilla de un paso de Misterio.
Estamos viviendo, una vez más, nuestra Semana Grande y a esa Virgen del Rocío a la que llamamos e invocamos cada día, le suplicamos entender su Dolor para comprender el Amor de Cristo. Vamos a abrirle las puertas a la Gracia para que el alma vuelva a llenarse de aromas de azahar e incienso, para que el sonido del silencio venga a poner las notas que faltan en las partituras de las marchas procesionales, para que el amanecer nos despierte mirando a Jesús, la tarde nos conduzca hasta Él y el ocaso se duerma en su Presencia.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es