-Mamá, dijo el niño que estaba mirando el televisor aterrado, ¿yo qué puedo hacer para que en ningún sitio haya guerra?
La madre estuvo tentada de cambiar de canal para que su hijo no se asustara con aquellas imágenes, pensando que era demasiado pequeño para esos planteamientos. Pero después de un breve silencio, sin quitar ojo de las noticias, vio que otros niños de la misma edad que el suyo corrían de un lugar a otro, atravesaban las calles sin rumbo fijo buscando donde esconderse de bombas y disparos. Y respondió a su hijo que aguardaba aun una respuesta:
-Puedes jugar a la Paz.
-¿Cómo se juega a eso?, preguntó él.
-No irritándote cuando no te concedo uno de tus caprichos. Acuérdate entonces de lo que estás viendo ahora y así comprenderás que no merece la pena enfadarse por nada, porque la suma de muchos enfados pequeñitos hacen que la montaña de la ira se levante y cuando se derrumba arrasa con lo que encuentra a su paso. Puedes sonreír, incluso si no tienes ganas, fíjate cuántos niños como tú lloran en algún lugar del mundo. No contestes mal a nadie, sé amable con los demás, cariñoso y comprensivo con tus compañeros del colegio, respetuoso con tus profesores, generoso con tus hermanos.
-Pero eso no es jugar, mamá, eso me lo dices otras veces: que me porte bien, que no haga trastadas… Eso no sirve. Yo quiero hacer algo para que no haya guerra.
-Si tú juegas a la paz todo el mundo querrá jugar contigo. La gente huye de la violencia, sólo unos pocos la persiguen. Cuantos más juguemos a la paz menos serán los violentos que queden para seguir su juego.
-Tendrás que enseñarme, dijo el niño.
-Tienes razón, hijo, yo también tendré que aprender bien las reglas del juego de la paz.
Cada día millones de personas mueren de hambre, millones de personas pierden la vida en atentados y bombardeos, millones de personas viven un éxodo hacia ninguna parte… Cuando estamos comiendo y el diario nos muestra esta realidad desgarradora lo más fácil es mirar para otro lado o cambiar de cadena la televisión.
¡Por amor de Dios, dejemos las envidias en el vertedero de la basura, cortemos de raíz las críticas que salpican de rencor el corazón, borremos de nuestro vocabulario las frases que hieren, las calumnias que hunden, las miradas que acuchillan, ¡todo eso es violencia!. Y aprendamos de la Virgen del Rocío cómo es el juego de la Paz, ese que nunca borra la sonrisa del rostro de El Pastorcito.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es