En la Salve, decimos cosas hermosas a la Virgen. Creo que es la oración que más repetimos cuando estamos ante la Virgen del Rocío. De tanto repetirla, es posible que no caigamos en la cuenta de lo que estamos diciendo, pero es todo un canto de amor, de confianza y de abandono a su intercesión.
Al principio la saludamos con cariño, “Dios te Salve” y, a continuación, vamos desgranando hermosos piropos reconociendo en Ella el caudal de dones de los que Dios la llenó: “Reina y Madre de misericordia”.
Cuando estamos entonando la Salve a la Virgen, estamos invocando desde el principio su cariño, a Ella le imploramos el perdón de Dios, y en Ella encontramos el camino hacia la verdadera vida, la dulzura para las penas que nos acechan y la esperanza para seguir peregrinando en el día a día.
Y continúa la oración “A ti llamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”, porque ante María es fácil sentirse pequeños ante su grandeza, a su regazo siempre puede regresar el que un día se fue; sus brazos siempre están abiertos para recibirnos, su corazón es un pozo con capacidad para albergar todas las lágrimas del mundo.
La consideramos “abogada nuestra”, en esos casos difíciles en los que por nosotros mismos nos vemos incapaces de avanzar, bloqueados y sobrecogidos por los zarandeos de la vida.
Uno de los más bonitos momentos del rezo de la Salve es cuando imploramos a la Virgen, desde nuestra humildad, “vuelve a nosotros esos, tus ojos misericordiosos”. Porque sabemos que sus ojos nunca dejan de mirarnos, actúan como faro de nuestros pasos, derraman luz para cada sendero y siguen iluminando las noches más oscuras.
Estamos tan seguros del amor de María, que a su Rocío le encomendamos también nuestra partida final “Y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”, la tarea más apasionante de la Virgen, la de llevar a todos hasta Jesús.
Termina la Salve nombrándola “clemente, piadosa, dulcísima”, con el ruego de ser merecedores de alcanzar las promesas en las que Ella creyó a pies juntillas.
No es para rezar a la carrera. La Salve es para recrearnos en la oración, intimar en la relación con la Virgen, y dejar que Ella nos lleve de su mano al verdadero salvador.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es