La imaginación nos juega, a veces, malas pasadas y acabamos sufriendo por situaciones que solo imaginamos y que nada tienen que ver con la realidad.
Pero del mismo modo que nos juega malas pasadas, la imaginación podría ser una gran aliada si fuéramos capaces de decorarla y dirigirla a nuestro favor, de seleccionar en nuestra mente solo los pensamientos que nos producen paz, que suman bienestar a nuestras almas, que nos hacen sentir seguros y libres.
Tener pensamientos llenos de luz no es tan difícil como a priori puede parecer. Lo único que lo complica es que tenemos que vaciar todos los negativos que hemos almacenado a lo largo de nuestras vidas. Estamos acostumbrados justo a pensar que el examen que vamos a hacer no va a tener los resultados que esperamos, que la hipoteca que necesitamos para comprar el piso que queremos no es tan fácil que nos la vayan a conceder, que el enfado que tenemos con esta o aquella persona no podrá arreglarse en la vida, que la situación en la que nos encontramos y de la que quisiéramos salir no tiene arreglo, que el currículum que hemos enviado a cientos de empresas va directamente a la basura, que la avería de la nevera, la lavadora o el secador se deben a que todo nos sale mal… ¿Os suena? ¿Verdad que podría ser mucho más larga la lista de este tipo de pensamientos?
Me pregunto, ante todos ellos, dónde queda nuestra fe. Porque, curiosamente, el Señor nos pide una y otra vez que tengamos fe, que confiemos, que nada de lo que pidamos en su Nombre queda desatendido. Él nos invita a pedir y a agradecer, porque siempre da. Quizá no nos lo dé de la manera exacta en la que nosotros lo queremos. Pero siempre da el ciento por uno.
Él nos pide que nuestra confianza sea intacta en todas las situaciones y en todas las circunstancias. Las que sean. Y para que mantengamos esa fe férrea, fuerte, robusta, tenemos que hacer uso correcto de todo lo que, desde que venimos al mundo, se nos ha dado, intentando buscar el equilibrio entre nuestro corazón y nuestra mente.
Quizá por eso sea tan necesario pedir y agradecer a la Virgen su luz. Poner en sus manos cada pensamiento, para que con su Rocío de luz los purifique, cada palabra, para que con su Rocío de gracia las llene de dulzura; cada gesto y cada acción, para que con su Rocío de amor se sanen todas las heridas que aún siguen abiertas.
La transformación de toda persona empieza por su pensamiento. Que estos siempre estén llenos de bondad, de esa bondad que todo ser humano tiene y que tantas veces ocultamos, estando a la defensiva para no mostrar nuestra fragilidad, una fragilidad que se hace fuerte cuando pasa por el corazón de la Virgen para dejarla en las manos de Dios que nos renueva cada día.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es