Da igual si uno de nuestros seres queridos falleció ayer o si falleció hace veinte, treinta o cuarenta años. Jamás se olvidan. Permanecen vivos en nuestros corazones y en nuestros recuerdos.
Me alegra con toda mi alma que la Iglesia dedique un día especial para orar por todos los que nos antecedieron. Me alegra porque, aunque cada día están en nuestra memoria, hoy, día dos de noviembre, todos somos uno orando por la misma causa, y todos dedicamos esta jornada a traerlos con más cariño aún si cabe a nuestros pensamientos, ofreciendo el mayor de los banquetes, el de la eucaristía, por ellos.
Cuando un ser querido se nos va para siempre, al principio pensamos que va a ser insoportable vivir con su ausencia y con el dolor que nos produce no verlo. Pero va pasando el tiempo, y los recuerdos se dulcifican, el dolor se transforma en agradecimiento por lo que pudimos disfrutar de esa persona, por lo que nos enseñó, por lo que nos ofreció, por su huella en nuestra vida.
Estoy segura de que ahora mismo, conforme me leéis, estáis acordándoos de alguien. Yo también lo hago mientras estoy escribiendo, porque todos sufrimos ese hueco físico de un ser querido.
Y quiero dar las gracias por los que estáis recordando vosotros y por los que estoy recordando yo. Entre ellos, se encuentran personas que me enseñaron a ser rociera, a querer a la Santísima Virgen con mis cinco sentidos; personas que realizaron el camino de la romería eterna para encontrarse eternamente con la Virgen.
También, en mi oración de este día, quiero tener presentes a los que murieron solos, sin familia, sin amigos y en el más silencioso anonimato, sin más compaña que su fe. Estoy segura que todo el ejército celestial bajó a recibirlos y a acompañarlos en su peregrinación definitiva.
Ojalá no sea un día triste para nadie, sino lleno de sonrisas por aquellos que nos hicieron sonreír, lleno de esperanza porque creemos en la vida eterna, lleno de oración porque orar por ellos es el mejor regalo que les podemos hacer, lleno de Dios que nos conoce a todos, a los que se fueron y a los que aquí seguimos.
Que las almas de los fieles difuntos descansen en paz.
Amén.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es