Para los que andan desganados y apesadumbrados por preocupaciones y problemas, a veces no hay palabras que puedan convencerlos de que, para todo, siempre existe alguna solución.
Si en medio de una pared blanca, solo miramos un pequeño punto negro, acabaremos pensando que ante nosotros solo hay oscuridad y perderemos de vista la inmensa luz que nos envuelve y que se extiende alrededor de nosotros.
Para esas personas que creen haber perdido sus fuerzas y se sienten a la deriva en un mar de desesperanza, puede que no tenga la receta para aliviarles su sufrimiento, pero tengo el testimonio de mi fe insignificante con la que, día a día, intento levantarme y seguir caminando.
Si yo puedo caminar, tú también puedes. Si alguien subió a la cresta de una ola, tú podrías subir del mismo modo. Si una persona pudo llevar sobre su hombro la carga más pesada, y repechar hasta alcanzar la parte más alta de la más empinada cuesta, tú lograrías coronar la cima que te propongas. Cada uno a su tiempo, con más o menos herramientas, con distintas formas de afrontar una misma situación, pero con las mismas oportunidades y los mismos paisajes en determinados momentos.
Porque así como los paisajes cambian según viajamos a lugares diferentes, también el mismo lugar puede cambiar sus colores, sus momentos, sus historias… Todos hemos paseado bajo cielos grises, oscuros y tormentosos en el alma, pero no podemos olvidar que también el sol brilla en lo más profundo de nuestro ser y eso, querido amigo, debería ser bastante para que no dejes apagar el pábilo de la vela de la esperanza.
Sé que no estás obligado a tener mis mismas devociones, que somos distintos y que tus caminos puede que no tengan nada que ver con los míos. Pero puedo asegurarte que la fe todo lo alcanza, que cuando algo de fe nos falta también tenemos dónde recurrir para recargarla, reavivarla y ponernos en marcha de nuevo. Yo lo hago mirando a los ojos de la Virgen del Rocío. No pienses que, al hacerlo, me explayo en palabras; más bien me quedo en silencio, sin saber qué decir pero saliendo reconfortada como si lo hubiera dicho todo.
Confía en esa Madre, no te va a fallar. Cuenta con Ella para todo. Deja en sus manos lo bueno y lo menos bueno, lo que te gusta y lo que aborreces, tu carga pesada y tu ligera mochila. No pienses en otra cosa que no sea en confiar en su intercesión y date un premio: deja que Ella haga por ti lo que tú piensas que no puedes hacer por ti mismo.
No eres el ombligo del mundo. Otros quisieran la cruz que llevas tú y de buena gana te la cambiarían. Así que, no te quejes, no murmures, no reproches… Confía y agradece, agradece, agradece… El cordón umbilical se nos cae a pocos días de nacer. El cordón de la fe siempre nos mantiene unidos a Dios, incluso cuando pensamos que nos ha abandonado.
Que la Virgen del Rocío sea panacea para tus penas y serenidad de tus alegrías.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es