martes, febrero 18, 2025
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Paz y amor a manos llenas para todos

Se va acercando la fecha señalada, la de la Noche Buena, y yo empiezo a enredarme en mis recuerdos de la infancia y de la adolescencia, cuando no faltaba nadie, cuando en la gran mesa familiar las sillas casi se rozaban unas con otras para que cupiéramos todos a la hora de la cena.

Jamás me planteaba si iba a llegar un día en que no estuviéramos así, en que algunos mayores se fueran para siempre, en que nos faltaran seres tan queridos que sentiríamos como si un puño nos empujara lo más hondo de las entrañas.

Imposible pensar que faltaría mi abuela, la que nos metió la Navidad hasta la médula a sus hijos y a sus nietos, y mucho menos que vería el hueco de la silla vacía de mi padre, que se nos fue tan pronto.

Los recuerdos van y vienen y a mí me alegran y me duelen, porque los dos sentimientos me invaden cada vez que asoman las imágenes del ayer a mi corazón.

Ahora pienso en todos los hogares del mundo en el que hace apenas unos años la pandemia, y este año la DANA, o la guerra en diversos lugares, les ha arrebatado sin contemplaciones a uno de los suyos: Mayores, adultos, jóvenes y niños. El coronavirus, la enfermedad, los enfrentamientos, la furia de la naturaleza, son como un huracán intentando llevarse lo que encuentra a su paso y deja heridas profundamente marcadas: Las del dolor de la pérdida, las de la incertidumbre, las del miedo, las de hacernos sentir en una cuerda floja en la que hay que estar muy centrados para no perder el equilibrio.

Y en medio de todo este remolino aparece Dios y nos invita a seguir preparando nuestros corazones para que tenga en nosotros el mejor de los pesebres. Aparece para manifestarnos su ternura hecho un Niño en los brazos de su Madre.

Nadie como el mejor de los nacidos para salvarnos del peligro, para mantenernos unidos, con esperanza y alegres a pesar de los pesares.

En la imagen de la Virgen del Rocío, vemos la serenidad de sus ojos, descansando confiadamente en el Pastorcito Divino, su centro, su todo. Todo lo que le decimos a Ella cuando la miramos va directamente al Mesías de nuestras vidas. Y hoy, a solo unos días de celebrarse la Noche Buena, de rememorar el nacimiento de Jesús, es el momento de elevar nuestras voces para decirle: “Ven Señor, no tardes, te esperamos. Tú sabes la falta que nos hace tu presencia”. “Ven y quédate cerca, porque a penas te separas unos pasos de nosotros, estamos perdidos”.

Que en todos los hogares caiga el amor como el Rocío de la mañana, que en cada corazón se derrame un río de paz, que en todas las almas el Niño de la Virgen encuentre una posada. Que todos los miedos se derriben con su llegada y la fe haga posible el milagro que deseamos.

Paz para todos y amor a manos llenas para todos.

Francisca Durán Redondo

Directora de periodicorociero.es

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