Es verdad, Madre mía del Rocío. Es verdad que siempre tengo más por agradecerte que por pedirte y que no importa cuánto espere, porque la respuesta de tu amor es inamovible y llega de manera inimaginable.
Por siempre y para siempre, gracias. Mi agradecimiento es de lo más profundo de mi corazón, donde tú estás más presente que yo misma, donde sabes que están las heridas y las cicatrices, las penas y las alegrías; donde hay una balanza que acaba cayendo de tu lado, pues pesa con creces lo bueno que Dios me da a través de tu mediación, que no tiene precio.
Te doy las gracias, Madre mía del Rocío. Te las doy, hasta cuando creo no tener motivos para hacerlo, porque me puede la impaciencia por lo que quiero y no llega. Yo te doy las gracias y ya está. Tú sabrás. Tú estás obrando a mi favor, estás de mi parte, me sosiegas y acomodas mi corazón en tu paz reconfortante y sólida, esponjosa como una almohada a la que me abrazo para descansar tranquila y segura.
Tu intercesión es mi carta de presentación ante el Señor y ante la vida misma. Tu protección es el escudo que me libra del peligro. Tu ayuda es el bastón en el que me apoyo en mi camino y tu nombre la fuerza que late en mi corazón para seguir avanzando con fuerzas o sin ellas.
Tu fe, que es más grande que millones de universos juntos, suple la fe que a mí me falta, y que no llega siquiera a la del grano de mostaza de la que nos habla el Evangelio, pero con mi fe, que es frágil como los cristales finos, haces que el Señor atienda mis súplicas, siga poniendo sus ojos sobre mí y me dé alas para volar libre y sentirme ligera de equipaje y despojada del peso innecesario.
Por siempre y para siempre, gracias, Madre mía del Rocío. Eres el tesoro de mi vida, el que guarda lo más valioso, porque me muestra a Dios y solo con Él lo tengo todo.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es