De lo más hondo de mi corazón hoy me sale darte gracias, por todo y por encima de todo. Por haberme tenido de la mano y por haberme llevado en tus manos. Si no eres tú quien me sostienes, ¿qué sería de mí?
Pero sí, Madre mía del Rocío, Reina de mi alma, mi flor más querida, la que más riego con mi oración y la que más me riega a mí con sus bendiciones.
Cada vez tengo más claro que lo que se pone en tus manos, antes o después, llega. Y llega de mejor manera de la que nosotros te pedimos.
Por grande que sea una súplica, no sé cómo lo haces, no sé qué trazas te das, no sé por qué, pero más grande es lo que tú mueves a favor nuestro. ¡Cómo no voy a darte las gracias! ¡Cómo no voy a quererte!
Cuando pienso que no respondes a mis plegarias, de pronto, ocurre algo que me hace caer en la cuenta de la poca fe que tengo, porque descubro que has estado actuando y acudiendo al corazón del Señor más que yo misma, y has conseguido que me lo dé con creces.
Te doy las gracias, antes, ahora y después. Soy infinitamente afortunada de tenerte en mi vida, mi corazón late porque tu nombre me da fuerzas para subir montañas que me parecían imposibles.
Ayúdame, mientras me quede un aliento de vida, a seguir difundiendo el poder de tu intercesión, la seguridad de tu corazón, la salvación de tus manos y el océano de amor de tu Rocío.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es