Nos ocupa hoy un día especialmente bonito que siempre hemos celebrado con interés y cariño y que, desde pequeños, nos llevó a festejar a San José unido a la figura de nuestros padres.
Recuerdo, entre otras cosas, cómo en el colegio preparábamos hermosos regalos, hechos con nuestras manos, que entregaba después a mi padre y que él valoraba como si fuera un diamante. Algunos de esos regalos aún siguen estando en mi casa, porque siempre los guardó.
Pero yo quiero tener especial interés hoy en el esposo de la Virgen, del que se habla poco, pero cuyos frutos como intercesor son grandes y cuyo ejemplo podrían servir mucho a los padres actuales.
De él se habla poco, sí, precisamente porque buscó pasar desapercibido en medio de la grandeza de Dios que superó todas sus expectativas. Fue el encargado, junto a María, de ofrecer a Jesús el mejor de los hogares, en un ambiente de familia unida, trabajo, oración y constancia.
A él, San José, y a la Virgen en su advocación de Rocío, encomiendo hoy a todos los padres del mundo, con especial recuerdo para aquellos que han sido abandonados por sus hijos, olvidados y dejados de lado. Por los que lo dieron todo a cambio de nada y ahora viven los últimos tramos de su camino por la vida sin una palabra de cariño, sin un abrazo sincero y sin una mano que acaricie las arrugas de las suyas, gastadas por el tiempo.
También pido a la Virgen del Rocío por los padres que no saben amar a sus hijos y tienen otras prioridades en sus vidas que pasan por pisotear la dignidad de los suyos.
Con todo corazón pongo en las manos de la Virgen y de San José a tantos padres buenos, honrados y llenos de amor, que se desviven por hacer de su hogar uno parecido a aquel que pudo ser el hogar de Nazaret.
Y por último, el beso y el abrazo más sentido lo envío a todos los padres que ya gozan de la presencia del Señor en el cielo.
Feliz día de San José. Feliz día del padre.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es