Estrenando la tercera semana de Adviento continuamos preparando los corazones, aliviándonos de cargas pesadas y haciendo esa limpieza general que viene bien para quitar las telarañas más escondidas, las que escogieron el rincón al que más nos cuesta acceder.
Pasó la Festividad de la Inmaculada y me pregunto si no habrá algo que podamos hacer para que, como dice el Salmista, también nosotros nos sintamos blancos como la nieve, inmaculados como María.
Durante este compás de espera hasta el Nacimiento del Mesías, cuánto podríamos adelantar si cada propósito lo lleváramos a cabo, si cada intención la pusiéramos a sus pies y cada paso no nos suponga un sacrificio sino la certeza de estar actuando para que Jesús, verdaderamente, pueda nacer en nosotros.
Es, sencillamente, una tarea maravillosa. Difícil, porque estamos hechos de carne y hueso, pero maravillosa cuando por encima de lo físico optamos por cultivar la espiritualidad que llevamos dentro.
Hace pocos días me comentaba una señora, madre de tres hijos, con edades entre los treinta y los cuarenta años, que sentía que había dedicado demasiado tiempo a cosas superficiales y que no había ido a lo importante, no sabía lo que era compartir con sus hijos la espiritualidad. Sus conversaciones eran, la mayoría de las veces y usando su misma expresión “de pasada”, no terminaban en nada que pudiera ir más allá de lo material, la diversión o las prisas y ocupaciones que cada uno tenían.
Me sorprendió saber que una madre es capaz de reconocer su necesidad de trascender, individualmente y con los suyos. Éste año, por primera vez, ha querido hacer la corona del Adviento, (no tenía ni idea de qué era eso, pero ha querido hacerla). Puso un papel bajo cada una de las cuatro velas. Hoy, supongo, se acordará de encender la tercera. Y me dijo que en esos papeles estaban escritos los errores que había cometido, lo que estaba dispuesta a enmendar y sus deseos de cara al próximo año. El cuarto papel lo dejó en blanco, porque quería unirse todos los días a las buenas intenciones y proyectos que llevaran sus hijos en su corazón.
Para no saber lo que era el Adviento no se le ha dado nada mal la elaboración de su corona.
Como verán ustedes nunca es tarde para emprender nuevas etapas, para descubrir otros caminos ni para disfrutar, -porque eso es para disfrutarlo-, de la riqueza interior que nos viene entregada desde el momento que tenemos vida.
Contemplando a la Virgen del Rocío se puede sentir el roce del Espíritu Santo que la llena a Ella y que puede llenar a cualquier rociero.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es