En la tarde de ayer una amable señora me hacía llegar un correo electrónico. Me contaba de lo que ha tenido que pasar en esta vida y cómo su fuerza y su coraje la hicieron no doblegarse ante los obstáculos que fue encontrando en su camino.
No voy a transcribir ningún párrafo de la carta que me confiaba. Ella me dice que se ha sentido identificada con mis editoriales de cada día en Periódico Digital Rociero y que eso le llevó a enviarme unas líneas. Es una carta extensa, sincera, y me deja esa miel en los labios de haber sabido de alguien que, simplemente por leerme, se atrevió a desnudar su corazón sin conocerme más que por lo que escribo diariamente desde éste palco rociero privilegiado de periodicorociero.es
Confieso que soy yo la agradecida y que, su identificación con mis escritos es recíproca con la identificación que yo he sentido con su carta.
Me gustaría tener esa capacidad que refleja su misiva. Ha peleado contra viento y marea para salir adelante en situaciones muy adversas, ha luchado con perseverancia ejemplar contra los más fuertes vendavales con que la sorprendió la vida sin avisarla previamente.
Pese a todo nunca le faltó una sonrisa en los labios, incluso después de largas horas desahogando su llanto, se pintaba el rostro con una sonrisa que disimulaba su pena para no entristecer a otros. Su nombre de pila es común, y por eso la voy a nombrar, se llama Isabel y me cuenta que gracias a esa sonrisa, que no abandonó jamás, la Virgen del Rocío ha premiado su sufrimiento.
Me pide que siga insistiendo en mis editoriales de la fuerza que tiene la Fe. Isabel está convencida de que con Fe todo se puede lograr, porque lo ha vivido en sus propias carnes, siempre que seamos capaces de mantenernos asidos a ella, precisamente, en los momentos en que parece que la barca en la que vamos subidos va a hundirse.
Ella se agarró a su Fe y se encomendó con los ojos cerrados a la Virgen del Rocío una y otra vez, a pesar de que las cosas seguían torciéndose y todo se le volvía más negro.
Pensó que había naufragado, pero en lugar de culpar a la Virgen de cuanto llevaba pasado, le dio las gracias por haberle dejado una tabla para llegar a una orilla y siguió sonriéndole en vez de alejarse de su intercesión, en la que no dejó de creer.
Llegó a buen puerto. Su confianza fue recompensada y su sonrisa recibió con creces la sonrisa del Pastorcito Divino.
Hoy es una persona afortunada. Se siente plenamente feliz. En su casa nunca faltó el Amor con el que rodeó a los suyos y su historia, -les puedo asegurar que es espeluznante-, ahora que ha alcanzado los cuarenta años de edad, está recibiendo el fruto de su Fe firme y robusta. Goza de una excelente situación en todos los aspectos: goza de buena salud física y psíquica, económica y social… Pero el aspecto que más cuida es aquel que la ha llevado a triunfar, que no es otro que su relación diaria y constante con su Virgen del Rocío.
Le doy las gracias por su confianza y hoy uso su ejemplo para que sigamos perseverantes en la oración, alimentando nuestra confianza, fortaleciendo nuestra Fe y venciendo lo que haga falta con una sonrisa nacida del corazón.
Te mando mi sonrisa, Isabel y mi agradecimiento.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es