Hay gente especial, eso está más claro que el agua. Gente que, por algún motivo, acaban llamándonos la atención aunque, probablemente, pretendan hacer justo lo contrario.
Esa gente buena, (porque los buenos abundan a pesar del bombardeo de noticias que nos traen solo lo negativo de las personas), está mucho más cerca de lo que pensamos, nos sorprenden de una manera callada y sigilosa, pero acaban por robarnos el corazón para siempre.
Tengo una tremenda suerte de conocer a gente así. Soy realmente afortunada de estar rodeada de personas que desprenden bondad en sus miradas, en sus palabras, en su sonrisa, en las cosas que hacen… Y aunque podría citar a muchas, no lo voy a hacer, porque quiero tener el mismo respeto que tienen ellas llevando a cabo labores solidarias en lo más cotidiano, sin que se note, ¡pero se nota! Y de qué manera.
Toda ese gente que ahora tengo en la cabeza es cristiana y, curiosamente, un alto porcentaje también es rociera.
Añado lo de “también”, no porque a mí me resulte raro, lo añado porque eso es una alegría inmensa, porque ser rociero con todas las consecuencias, supone estar dispuestos a que la Virgen nos ayude en la tarea de transformación y de conversión que su Hijo nos pide.
Hace unos meses he conocido a rocieros que se han convertido en solidarios de lo cotidiano. Y es que no hay que marcharse muy lejos para ayudar. A veces, la necesidad la tenemos a un palmo y no la vemos o no la queremos ver.
Ellos han tomado la decisión de ponerse en contacto con su parroquia, de pedir permiso para saber de personas mayores que estén solas, que necesiten un rato de compañía. Han querido involucrarse con aquellos a los que les han cortado la luz o el agua.
Pensaréis que son personas que tienen tiempo y dinero para prestar este servicio. Pero no. Dos de ellos están sin trabajo. Una de las chicas es estudiante y puede matricularse a base de estudiar mucho para obtener becas, porque sus padres, actualmente, no les pueden pagar sus estudios. Son un grupo de doce. Se ve que la casualidad no existe, o que al Señor el número doce le gusta.
No os hacéis una idea del trabajo que están realizando. A los que no tienen luz, les acompañan hasta altas horas para que “se les haga menos duro” estar a oscuras cuando las velas se consumen. A los que no tienen agua, les llevan garrafas de su casa para que puedan, al menos, asearse o tener para beber. Han decidido, me contaban ellos “hacer algo que valga la pena”.
Los que buscan trabajo lo hacen por la mañana, están yendo a muchos sitios para encontrarlo. Pero sabían que había gente en peores situaciones que las suyas y se pusieron en marcha. La chica que estudia, visita a dos señoras mayores, una tarde con cada una. Allí se lleva sus libros, primero habla un rato con ellas, después se pone a estudiar y, simplemente, les hace compañía y las escucha.
Estos corazones solidarios anónimos son para mí héroes de lo cotidiano, y ejemplo para todos aquellos que piensan que, si no tienen dinero no pueden ayudar. No son de ninguna ONG, pero sin darse cuenta están haciendo cosas sencillas que son grandes, muy grandes.
Creo que la Virgen del Rocío es rica en hijos buenos, cambia a los corazones endurecidos, enseña, anima, nos hace útiles y nos necesita a todos como instrumentos del Pastorcito.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es