Hay varios caminos al Rocío pero solamente uno es el que nos interesa, que es el que nos lleva a la Virgen.
Por mucho que queramos aferrarnos a un camino cada año, o conocer todos los caminos, los de Sevilla, los de Huelva, los de Hinojos, Bonares, Cádiz, Almonte… Si esos caminos solo nos mueven a la juerga pero no nos sirven de guía a la meta segura, no es el camino acertado.
El camino es para mí algo muy especial pero no es lo que más me importa, la verdad. Tan importantes es hacer un camino de una semana, tres o dos días, como el camino de aquellos que no pueden estar tantos días y van a su destino en un coche o en un autobús para ver a su Hermandad presentarse con su Simpecado o para ver a la Virgen de procesión.
Creo que El camino es mucho más que ensuciarse los pies de arena y las caras o los trajes de polvo, es una verea que se hace en los adentros, o así me parece a mí. Yo busco llegar a encontrarme con la mirada de la Virgen limpia de la arena y el polvo que acumulo interiormente por culpa de mis mediocridades y mis imperfecciones. Lo de afuera se quita con una ducha, lo de adentro hay que rascar para que quede sin mancha. Merece un esfuerzo de mi parte y un trabajo más constante de todos los días, pero que en la romería se vuelve más importante todavía.
Yo lo vivo como cuando estamos en la Cuaresma o en el Adviento, lo aprovecho como una época de alegría, porque es una romería donde todos vamos contentos y felices para celebrar la fiesta de la Virgen, pero para mí es una necesidad lo otro, la mezcla de las dos cosas me hace sentir en paz y en el camino correcto, aunque comprendo que cada uno tenga su camino y su manera particular de dirigirse al Rocío.
Creo que el camino es una forma de reflexionar sobre la propia vida, sobre uno mismo, en un ambiente de alegría, de pisadas, de ratos a solas y de ratos con mucha gente y hay que aprovecharlo para que no sea una rutina de cada año sino un momento que ayuda a ser un poco mejor.
Periódico rociero / María Luz Franco / Badajoz