Eso de que los ojos son el espejo del alma creo que es de verdad así.
Fueron los ojos de una persona los que me llevaron al Rocío. Esa persona, de nombre Carmen, de Sevilla, con más de setenta años seguía yendo al Rocío con la ilusión de su juventud, con algunos que otros dolores en su cuerpo que había pasado por trabajos duros. Decía ella que de jovencita trabajaba cogiendo algodón y cuando se casó tenía 25 años y parecía que tenía diez más por el cansancio que llevaba.
Ya de casada su marido le enseñó a leer y escribir y se apuntó a un Colegio animada por él. Tuvo que dejarlo porque se quedó embarazada pero con su embarazo y luego con su niño recién nacido seguía haciendo los deberes en la casa para no olvidarse de lo que había aprendido.
Cuando el niño empezó a ir al Colegio ella retomó sus clases. Sacó el graduado escolar y estudió Auxiliar de Clínica.
Nunca dejó de ir al Rocío, desde pequeñita. Era lo único que no había dejado nunca de hacer y nunca se quejó de nada, de lo mucho que trabajó, de lo mucho que ha pasado, porque perdió joven a sus padres, perdió joven a su marido y luchó solita y con la ayuda de la Virgen para sacar adelante su casa.
En sus ojos no hay nada de rencor a la vida, ni a Dios ni a nada, al contrario, siempre tiene una sonrisa para todo el mundo y para cualquier persona que le cuenta sus penas siempre les dice que se lo cuenten a la Madre bendita del Rocío que Ella los entenderá y les ayudará como le ayudó a ella.
La primera vez que fui al Rocío fui con ella y ha sido de las experiencias más bonitas que he tenido, porque me impresionaron mucho sus ojos cuando llegó a la reja y se puso a hablar con la Virgen, unos ojos que son el espejo del alma donde yo creo que la Virgen del Rocío tiene muy buen sitio.
Periódico Rociero
Nina Domínguez / Camas