Tengo más claro que el agua que el gran Pilar de mi vida es la Virgen. Lo es porque a Ella acudo como Madre y, como Madre me sostiene. Voy a Ella como amiga, y como amiga me escucha. Recurro a Ella para pedirle y como templo del Espíritu Santo, me da. Corro hacia a Ella para que me libre del mal y como abogada me defiende de los peligros. Busco en su mirada el perdón del Señor y sus ojos misericordiosos me permiten encontrarme con la reconciliación verdadera. Imploro al mirarla que me dé la mano en el camino y Ella me muestra en sus manos que nunca me sueltan.
Definitivamente, Ella es el Pilar de mi vida, mi norte y mi guía, mi esperanza y mi consuelo. En Ella puse desde niña mi confianza y en Ella he permanecido hasta cuando la vida me zarandeó fuerte, sacudiéndome con la fuerza de un huracán descontrolado.
En su Rocío impagable tengo la mejor de las suertes, porque con uno solo de sus ruegos el Señor actúa y con un ratito a su lado, soy beneficiada con la ternura de su comprensión.
Nunca me he imaginado mi vida sin el nombre de Rocío en lo cotidiano de mis días. Ni me lo quiero imaginar, porque sin Ella no me entiendo y como Ella nadie me comprende.
Su nombre me mantiene en pie. Y mira que ha habido veces que levantarme me ha supuesto un sacrificio. Pero sí, aparecía la Virgen, su Rocío en algún pensamiento, su nombre en mi agenda, en mi medalla, en una estampa, en el silencio de mi corazón, y volvía a ser la vitamina que me reanimaba; me empujaba a seguir y me invitaba a no desfallecer en la oración, a mantener la fe, a perseverar en la confianza.
Por eso confío tanto en Ella, porque no me ha fallado, porque está de mi parte y no en alguna parte, porque antes de que yo vaya, Ella viene. Porque entiende mi palabra y mi silencio y hasta aquello que a mí misma me cuesta, a veces, entender.
Le doy las gracias desde lo más profundo de mi corazón, y con Ella pueda decir hoy “que el Señor ha estado grande conmigo y estoy alegre”, que ha bendecido mi vida desde siempre, ¡hasta en los momentos más duros! Esos en los que más cuesta ver qué puñetas está haciendo Dios. Ahí estaba la Virgen, trajinando con su intercesión el bien que a mí me hacía falta, amasando lo más frágil de mi barro y construyendo un tiempo nuevo, lleno de sus abundantes gracias.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es