Sé que estás conmigo. Lo sé, porque cuando estoy al límite de mis fuerzas, llegas tú y me levantas antes de que llegue a caer.
Tú, Madre buena del Rocío, amainas los temporales que sacuden mi alma, ordenas al sosiego su presencia y con tu paz lo invades todo.
Recibí cuanto esperé de ti, y aún más de lo que esperaba y con el alma te doy las gracias, porque eres dádiva infinita, ternura inagotable, consuelo ilimitado, amor sin igual, gracia sanadora, Madre que siempre me acompañas.
En tus manos está la salvación del mundo, y quien en ellas se pone está a salvo de todo peligro. Tus manos son salud para quien a ellas se agarra, por eso te suplico con insistencia que no me sueltes.
Sé que estás conmigo. Lo sé, porque aunque estuviera medio perdida en la más oscura noche, aparece la luz de tus ojos como si fueran un faro que me señala el camino.
Voy siguiendo el rastro de tu luz que nunca me falta, y me dejo guiar por tu mirada, centinela de mis pasos.
Cuando te miro, se ensancha el horizonte de mi corazón y se abre un ventanal inmenso hacia el camino, la verdad y la vida.
Cuando te hablo, se vuelve ligero el peso de mi carga, y te imagino quitándome de la espalda la mochila de mis debilidades.
Cuando te escucho, siento la paz llevándose mis guerras y mis luchas, arrancando las malezas que me desasosiegan y liberándome de tristezas y angustias innecesarias.
Eres el consuelo de mis penas, mi alegría y mi esperanza y hasta el último aliento que me quede de vida, quiero seguir confiando en ti y dándote las gracias por estar tan presente en mi historia, por haberme sacado de tantos agujeros, por haberme levantado de mis caídas, por haberme curado el alma, por haber renovado mi corazón y haber experimentado, en primera persona, que tu intercesión es infalible y que contigo es posible alcanzar los milagros del Señor.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es