miércoles, abril 30, 2025
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A nuestros mayores

Miro con cariño a las personas mayores que visitan a la Virgen del Rocío y recuerdo a los que ya no lo pueden hacer, especialmente, a los que padecen problemas de salud, o no cuentan con nadie que les pueda llevar, o no tienen medios para ir.

Los miro y me acuerdo de los mayores de mi familia, de los padres y abuelos de mis amigos, los que están y los que ya partieron de este mundo a su encuentro definitivo con el Señor.

Los miro y me doy cuenta de todo lo que tenemos que agradecerles, de lo que han hecho y siguen haciendo por nosotros. De lo que fueron capaces de superar, de las penas con las que habrán convivido, de los momentos en los que ellos, a pesar de sus preocupaciones, habrán sido los mejores propiciadores de alegrías.

Los miro y veo cómo se secan sus lágrimas, echando mano del pañuelo que sacan del bolsillo del pantalón, la chaqueta o el bolso.

Los miro y siguen siendo ellos los héroes que ruegan por sus hijos, por sus nietos, pidiendo para sus vástagos la salud, el trabajo, mejores situaciones de las que viven… O dando gracias por las cosas conseguidas.

Hoy día, nuestros mayores son salvadores de muchas casas. No se han jubilado, siguen siendo trabajadores de la supervivencia, porque de sus maltrechas pensiones siempre hay un cachito para los suyos, aunque ellos mismos pasen necesidades.

En todos los pueblos, en todas las ciudades, debería haber un monumento en honor a ellos: nuestros mayores. Porque la sociedad siempre estará en deuda con tantos hombres y mujeres de bien que no pueden disfrutar de su jubilación como merecen, que tienen privaciones para que los suyos no pasen hambre.

Cuánto duele que, para muchos hijos, ese sea el único valor de sus padres: la cifra de una pensión.

Cuánto duele que, a la primera de cambio, reciban de nosotros los peores desprecios, las palabras más hirientes y los gestos más tiranos.

Cuánto duele verlos rebuscar en sus carteras para que sus hijos tengan para tomar un café en la calle y no tengan el detalle de los hijos o de los nietos que les digan “no me lo tomo si no es contigo”.

Por eso, cuando los veo arrimarse a las rejas para ver a la Virgen, y subir con sus piernas ya cansadas y doloridas por el peso del tiempo, los peldaños del presbiterio, miro a la Virgen y le digo que lo mío puede esperar, porque donde hay un padre o una madre rogando delante de Ella, estamos todos los hijos y nietos y ellos necesitan ser escuchados, mirados y atendidos, como si fueran niños que, otra vez, están empezando a andar y buscan una mano que les haga perder el miedo.

Por ellos y para ellos mi agradecimiento y mi oración, y mi humilde homenaje en el editorial de hoy.

Francisca Durán Redondo

Directora de periodicorociero.es

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