Desde muy niña me habitué al nombre de la Virgen Milagrosa, tal como estaba habituada al nombre de la Virgen del Rocío.
Una, la advocación del Rocío, era mi raíz, mi cimiento, mi casa de oración. Otra, la advocación de Milagrosa era a la que miraba todos los días al llegar al colegio, a la que rezaba antes de empezar las clases, a la que me acostumbré a visitar en su gruta y en su capilla, como hacíamos todas las niñas que compartimos unos años maravillosos y recordados con un inmenso cariño.
Terminábamos siempre el Ave María con la jaculatoria que figura en la hermosa medalla de la Virgen Milagrosa: “Oh, María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos”.
Es la misma jaculatoria con la que, interiormente, esté delante de la imagen mariana que esté, termino mi oración. Porque este día 27 de noviembre, en el que se celebra su fiesta grande, me doy cuenta de lo grande que ha sido mi suerte al haber tenido siempre tan presente a la Virgen, a la que he recurrido y a la que sigo recurriendo todos, absolutamente todos los días de mi vida.
Cuántas veces habré repetido esa jaculatoria dictada por Ella misma para que quedara grabada en su Milagrosa medalla. Es una frase corta, sencilla, de muy fácil aprendizaje… Pero ¡cuánto debe gustarle a la Virgen que acudamos a Ella para que Ella misma nos enseñara que pedirle ayuda y ponernos en sus manos no necesitaba de demasiada retórica!
En la intimidad de mi corazón, que Ella tanto conoce, le doy una vez más las gracias, por haber sido el bastón de mi vida y la Madre de mi alma hasta el día de hoy, y le ruego que así sea de hoy en adelante, porque su Rocío es bendito de milagros, su Milagrosa imagen es un río de esperanza para los que acudimos con humildad y fe a sus plantas y nunca, nunca en la vida se oyó de nadie que la Virgen le hubiera dado la espalda. Al contrario, Ella es la que ruega con más fuerza que una leona por lo que le confiamos, incluso por lo que nos hace sentir cansados y desesperanzados. Nadie hay tan insistente como la Virgen para concedernos la gracia de Dios a todos sus hijos.
Bendita seas tú, Virgen Milagrosa del Rocío, que tanto me das y de quien tanto espero. Confío en ti.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es