Después de estar contigo, Madre, todo parece más llevadero.
Basta solo mirarte para darme cuenta de que sin Ti, por más que quisiera ser autosuficiente, no podría avanzar unos pasos.
He estado contigo en el bullicio de la gente y en la soledad de tu Templo, en días fríos y soleados y en tardes lluviosas de grises tormentas, pero todo se vuelve cálido y primaveral en tu presencia, que es poderosa y única.
De tal manera he anclado mi esperanza en Ti, que es en tu orilla donde me siento a salvo y me siento segura, es a tu lado donde mi corazón inquieto recupera la paz; es en tu compañía donde la soledad tiene sentido.
Me has concedido hablarte de tú a Tú. Nunca antes me había sentido tan pequeña ni tan grande al mismo tiempo, como estrechando esta relación que viene alimentándose desde mi niñez y que con el paso del tiempo, no hace sino confirmar que esta necesidad que tengo de saberte en mi vida merece la pena, pues te sé dentro de mí como yo me sé dentro de Ti.
Y es por todo ello por lo que tantas veces no es necesario decirte nada, porque eres cómplice de este Amor por Ti que me puede más que todo y, aun así, podría estar horas hablándote, pues hasta mi último aliento creo que vas a ser Tú el único pozo de mis confidencias. Pero aprendí a escucharte y eso todavía me llena más, de eso todavía quiero más y cada vez que voy a verte, después de estar Contigo, vuelvo a necesitarte más.
En esa intimidad con la que te hablo y que hoy comparto con los lectores de periodicorociero.es te confío a los que te necesitan y no saben cómo decírtelo, a los que esperan de ti solo un poco y desconocen que recibirán más aun, a los que no saben adónde ni a quién acudir para que les tiendan una mano…
Míralos a todos, tesoro mío, y tiéndeles las tuyas porque en ellas, en tus manos, está el Pastorcito Divino, el que tiene Palabras de vida eterna.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es
