El orgullo no sirve de nada ni para nada. Es un arma de doble filo que no saca nada bueno de nosotros.
Muchas veces, cuando nos sentimos incomodados por alguien, esperamos que sea esa persona la que regrese a nosotros, la que nos pida perdón, la que dé el primer paso. Nos puede el orgullo, a pesar de que estemos deseando retomar una relación de amistad, de compañerismo, de cordialidad. Y así se les ha pasado a miles de personas en la historia la oportunidad de hacer realidad un gesto tan noble como el de dejar de lado el orgullo y ponerse en camino.
No importa quién se enfadó primero, quién inició una discusión que acabó por retirar la palabra a alguien, quién dijo lo que no debía al otro lado del teléfono y quién de los dos cortó en seco la llamada. Porque si todos, cuando hemos pasado una situación así, nos pusiéramos a desenredar el ovillo de hilo, nos daríamos cuenta de todas las tonterías que acaban con amistades hermosas y relaciones de años.
Si hace tiempo que no sabes de una persona y estás deseando escuchar su voz, verla, hablar con ella, no pierdas más el tiempo pensando quién fue el último en tomar la iniciativa. Da el paso, llama, queda. Nunca sabes si detrás de su silencio existen preocupaciones que jamás compartió con nadie.
Si quieres visitar a alguien y siempre eres tú quien te desplazas, y acabas cansado de ser quien lo haga, piensa en la alegría que le produce tu visita y no juzgues por qué él o ella no hace el camino a la inversa.
Frente al orgullo, la humildad siempre vence. Por eso hay que pedir siempre, cada día, a la Virgen del Rocío que Ella sea trampolín de reconciliación, de cercanía entre todos, de unidad.
Deja el orgullo, opta por la humildad, saldrás ganando, porque da más satisfacción pensar en el bien que haces que en el daño que provocas.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es