miércoles, mayo 14, 2025
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El Perdón: La invitación que Cristo nos hace

Siempre que me piden que colabore con algún artículo en una revista o en un boletín de alguna Hermandad,me planteo en qué tema voy a centrar mi artículo, por el respeto que me produce cuando éste llegue a manos de los lectores.

Pero nada es comparable como escribir para un día como el de hoy: Viernes Santo. Porque este día en el que se nos recuerda que no hay un amor más grande como el de Dios, me remueve hasta las entrañas y me da por pensar en cientos de cosas que desearía hacer para corresponder a un amor así.

Pienso entonces en los titulares de tantas Hermandades. Siempre Cristo y María como eje central, pero revelándonos en sus sagradas imágenes el perdón, la soledad, la amargura, y también la esperanza, la fe y el amor sin límites. Son mensajes claros y concisos que no pueden pasar desapercibidos para los cristianos ni para los que llevamos con orgullo ser cofrades y rocieros.

El PERDÓN, (lo escribo adrede con mayúscula), es capaz de descolocarnos el alma cuando se vive con la intensidad merecida.

No sé cuántas veces os habéis visto ustedes en la necesidad de perdonar y de ser perdonados. Yo he metido la pata en tantas ocasiones en mi vida, que reconozco que esta advocación cristológica es capaz de taladrarme el corazón, de dar en la llaga exacta para hacerme caer en la cuenta de que los demás no son perfectos, pero yo tampoco.

El Perdón, esa palabra usada con tanta ligereza y tan mal llevada en la práctica. De la que se habla tan frecuentemente y que se testimonia tan escasamente. El Perdón, al que miramos una y otra vez clavado en la Cruz, el que nos emociona cuando lo vemos presidiendo un altar de cultos o recorriendo las calles de cualquier ciudad o pueblo, pero sigue siendo el gran desconocido en el hondón de los corazones.

Ese Perdón nos llama a voces, nos reclama a cada segundo, nos invita en todo momento a ser portadores de la misericordia de Dios. Y no es que nos invite a perdonar, como si nosotros fuéramos los eternamente heridos, nos conduce al prójimo para pedirle que también nos perdone.

Hoy es un día para llenar el silencio de oración y para que nuestra oración se vuelva silencio para poder escuchar al Señor y es un tiempo privilegiado para agarrarnos a las manos de María, en su bendita advocación de Rocío, y perderle el miedo a la soledad, porque estando a solas con María, llenamos el corazón de Dios.

Es el tiempo idóneo para dejar nuestras amarguras en el regazo de la Virgen. Ella, como Madre que sufrió en sus propias entrañas el dolor más brutal que una madre pueda vivir cuando le arrebataron la vida a su Hijo, conoce como nadie el peso de nuestras penas. Por más amargos que nos puedan parecer muchos de los momentos que vivimos, mayor es la amargura que Ella padeció sin perder la esperanza, sin dejar de creer en las promesas del Señor.

Vistámonos por fuera con el decoro que merecen los actos en los que vamos a participar hoy, pero sobre todo vistámonos por dentro. Dejemos el peso del rencor a un lado, quitemos las espinas que decimos llevar clavadas, sacudamos el polvo de los valores olvidados, seamos más amables con los que tenemos más cerca y que eso se contagie hasta convertirse en una pandemia que arrase la tierra. Si el perdón reinara se acabaría el dolor, nadie sentiría estar en soledad, la amargura huiría para no ser encontrada y las guerras no tendrían sitio en ningún rincón del mundo.

Mientras tanto, que las imágenes sagradas de Cristo y de la Virgen nos sigan acompañando, ayudándonos a convertirnos y a llevar con todas sus consecuencias el mensaje del Evangelio y que ese mensaje se derrame sobre todos nosotros, como una cascada de Rocío, inundándonos de paz y bien la vida.

Francisca Durán Redondo

Directora de periodicorociero.es

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