sábado, enero 25, 2025
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La alegría que nadie nos quita

La verdadera alegría no es algo que venga y se vaya en un momento. La verdadera alegría nace de la fe, de la paz y la entereza que se siente sea cual sea el momento concreto que nos toca vivir.

Esa alegría no la quita nadie, porque estamos convencidos del amor de Dios y de lo mucho que Él hace en nuestras vidas.

En este tiempo de Navidad, en el que andamos envueltos buscando regalos para las personas que queremos, haciendo de pajes para ayudar a los Reyes magos que están tan próximos, somos visitados por la nostalgia, los recuerdos de una niñez que creemos tan lejana pero que, en realidad, no hace tanto que se fue. Una niñez que termina aflorando de una u otra manera y que perdura en nuestros corazones.

Tenemos muchos motivos para estar alegres. Tenemos muchísimas razones para dar las gracias. Tenemos demasiado, y todo nos parece poco y terminamos quejándonos por minucias cuando hay tanto por lo que sentirnos felices.

Me pregunto si, ahora que estamos comprando regalos materiales, seríamos capaces de hacer un regalo inmaterial. Si estaríamos dispuestos a ofrecer algo que no tiene precio pero de lo que estamos convencidos que sería lo más grande para esas personas que son importantes en nuestras vidas.

Hay cosas que producen mucha alegría, tremenda alegría y no cuestan dinero. ¿Os acordáis del capítulo de San Lucas que nos cuenta de la visita de la Virgen a su prima Isabel? En él se nos dice que Isabel se puso tan contenta al verla que hasta el niño que llevaba en su vientre saltó de gozo.

En otro capítulo, en el Evangelio de San Juan, se nos habla de la intervención de María para que Jesús hiciera algo en aquellas bodas de Caná en la que el vino se había acabado. Y Jesús convirtió el agua en vino. Y culmina el capítulo diciendo que hubo tanta alegría que todos felicitaban a los novios maravillados por haberles dado el vino mejor, reservándolo para el final del banquete.

Trasladando el Evangelio a nuestros días y a nuestra bendición de ser rocieros, podríamos fijarnos en las veces que hemos ido apesadumbrados a ver a la Virgen del Rocío, casi caídos por el peso de preocupaciones y problemas, y hemos salido de su Santuario o de la parroquia de Almonte, con el alma llena de paz, con una alegría inexplicable para la que nunca hay palabras, una alegría que nadie nos quita.

Os puedo decir, porque lo he vivido en primera persona, que conservar esa alegría en el corazón solo trae bondades y bendiciones a nuestras vidas. Conservar esa alegría nos rodea de esperanzas y hace que la confianza en su Rocío no sea inútil, sino todo lo contrario. Conservar esa alegría ha sido para mí clave para superar dificultades, conseguir metas, alcanzar sueños y ser testigo de los milagros del Señor que, por medio de la Virgen, siempre llegan.

Francisca Durán Redondo

Directora de periodicorociero.es

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