Casi todas las generaciones dicen que su época de juventud era distinta de la actual, pero lo cierto es que hay temas por los que todos los jóvenes pasan y algunos que, en lugar de cambiar a mejor, realmente han dado un giro aterrador.
He pasado, a Dios gracias, por la infancia, la adolescencia, juventud y, ahora, estoy en lo que considero “mi juventud madura”. En ninguna de estas etapas tuve que plantearme jamás el tener que dirigirme de tú o de usted a un profesor. Sencillamente mis padres me educaron para tratar a los demás con el máximo respeto y jamás se me hubiera ocurrido tutear a alguien mayor que yo o a aquellos que tenían a su cargo la hermosa tarea de mi enseñanza.
Hubiera sido impensable para mí, y aun lo es, estar sentada en el asiento de un autobús si, para ello, un abuelo o una abuela, o una embarazada, o alguien con muletas, por ejemplo, tuviera que permanecer de pie.
Faltarle al respeto a un profesor tendría posteriores consecuencias en mi casa, se me recriminaría el comportamiento y, además, mi padre o mi madre me hubiesen obligado a pedir disculpas inmediatamente, porque entiendo que la educación es un trabajo conjunto que empieza en casa, se enriquece en las aulas y se fortalece poniéndola en práctica.
En los últimos días he visto y escuchado varios debates sobre la protección de los profesores, también de los alumnos porque, unos y otros sufren malos tratos en determinados casos.
Y me apenan profundamente este tipo de conductas. Todavía tengo el regalo de disfrutar de los que fueron mis profesoras y profesores durante mi infancia. Algunos son ya muy mayores y de todos guardo un recuerdo que me llega a emocionar. Les debo las letras que aprendí y tantas otras cosas que se quedan para siempre.
Nunca presencié una mano alzada de algún profesor a sus alumnos, porque había un respeto tan alto que jamás hubiera sido necesario.
Entiendo que no es el utilizar el tú o el usted lo que desata un comportamiento concreto, pero no pasa absolutamente nada por recuperar las buenas formas, por disfrutar con los buenos modales, tan olvidados hoy en ésta sociedad que confunde la “modernidad” con lo soez o la libertad con el libertinaje.
Si un profesor hace daño a un alumno debe ser castigado. Pero ¿quién toma medidas para los alumnos que se mofan de quien les enseña?
A la Virgen del Rocío que, además de Madre es Amiga y Maestra, le ruego que guíe a profesores y alumnos por el camino de la amabilidad, del respeto y la admiración y que jamás en una clase, ni en un colegio ni en un instituto exista una sola semilla de pánico, sino el deseo de enseñar y aprender desde el amor y la humildad.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es