Me lo aplico a mí misma la primera, porque si fuera a lo mío, me complicaría bastante menos la existencia.
Es cierto que si cada uno fuera “a lo suyo” las cosas funcionarían mucho mejor.
Tendríamos cientos de ejemplos que podrían servirnos a todos y en los que nos veríamos claramente reflejados porque, la verdad, es que nos comprometemos menos centrando la atención en lo que los demás no hacen, que es una manera sutil de justificar lo que nosotros no hacemos.
Imagina que estás en un grupo en el que se han repartido distintas tareas. A unos les corresponde pintar paredes, a otros limpiar, a otros hacer las compras de la casa… Todos hacen sus tareas, pero dos de los que tienen que limpiar se sientan en el jardín a tomar el sol. Es bastante probable que se te olvide que el resto de los componentes del grupo están trabajando en lo que tiene encomendado, pero estos dos acaban por minar tu paciencia, hasta que explotas, sueltas en el suelo el rodillo con el que tú tienes que pintar tu pared y dices que o trabajan todos o tú no estás dispuesto a pintar la pared que te ha tocado.
Visto así se podría decir que tienes razón. Sin embargo, no se te está midiendo por lo que a ellos les tocó limpiar, sino por lo que a ti te tocó pintar.
Tenemos la costumbre de estar al acecho de lo que el vecino, el compañero de trabajo o de clase, el familiar, no hizo. Lo hacemos sin tener que defendernos de nada, sino para atacar su actitud y para dejar de hacer lo nuestro.
Si todos, absolutamente todos, pusiéramos interés, voluntad y cariño en las cosas que tenemos que decir o hacer, qué distintas serían las cosas. Probablemente nos volveríamos testimonios para otros, arrastraríamos a los demás a comprometerse con lo que se tengan que comprometer, que no tiene por qué coincidir con nuestras prioridades.
Esos compromisos también son válidos para nuestra vida cristiana y rociera. No te preocupes tanto de lo que “fulanito” o “menganita” que, dice que es cristiano, está haciendo de manera contradictoria a su fe, su religión o su creencia. Ocupa tu corazón en mejorarte tú, y si aquella actitud que aborreces en otros no te agrada, esmérate en no practicarla, porque muchas veces, las mismas cosas, se disfrazan de formas distintas para que caigas exactamente en lo mismo que criticas.
Pidamos a la Virgen luz para fijarnos en lo nuestro, para que cada uno se deje llenar de su Rocío de paz, de compromiso, de libertad, de generosidad, de humildad, de entrega… Y que ese sea el Rocío que llevemos a nuestras vidas, sin imponerlo; simplemente vayamos sembrando amor y respeto en los pensamientos, en las palabras y en los hechos y, así, como dice el Evangelio, “por nuestros hechos nos conocerán”.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es