sábado, enero 25, 2025
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Lo que siembres, recogerás

Hay personas que repiten con frecuencia esta frase: “lo que siembres recogerás”. Para los que no lo sepan está recogida en las cartas de San Pablo a los Gálatas. Es una frase directa y real. Porque así como el refrán nos dice que “quien siembra vientos recoge tempestades” también es verdad que el que se dedica a repetir esta frase sin aplicársela a su propia vida está sembrando ya la cosecha de un maremoto que le llegará tarde o temprano a las páginas de su historia.

Hace tiempo un buen amigo me decía que su vida había transcurrido entre reproches y dolor por su familia más directa. Se había sentido siempre encasillado en un rol con el que no se identificaba en absoluto y vio cómo fue sometido a continuas humillaciones mientras su otro hermano, más pequeño que él, creció rodeado de un exceso de cariño por esas mismas personas. Se sentía el ser más desdichado del mundo y soportó estoicamente los envites de su propia madre de quien escuchó reiteradamente que era un inmaduro, que tenía que cambiar, que no servía para nada, que era un respondón, que aprendiera de su hermano, que se quedaría solo, que no lo iba a querer nadie, que no habría quien lo aguantara… Lo peor fue ver cómo él, ante los demás, se convertía en verdugo y la madre en víctima y el hermano, agraciado con tan mal repartido cariño, fue separándose a una distancia de kilómetros de su corazón.

Lo más agradable que escuchaba era cuando estaban cerca las fechas de Navidad, donde quedaba bien tener encuentros familiares y había que fomentar el espíritu de “aquí no pasa nada, todo está perfecto”. Una de las frases que más le repitieron fue la que hoy es título de mi editorial: “lo que siembres recogerás”, que me recuerda mucho a una frase que mi padre nos inculcó a mi hermano y a mí y que me encanta: “Todo lo que das vuelve. Lo que des malo, te volverá malo, pero lo que des bueno, te volverá bueno”. Y, con millones de defectos que tenemos los dos, se nos ha grabado tanto esa enseñanza que es lo que intentamos día tras día, aunque no siempre se consiga.

Y, ahora, cuando él, mi amigo, hace lectura de todo lo que ha sufrido y recorre con el recuerdo los sinsabores por los que ha pasado, comenta que, en efecto, está viendo a su madre recoger el fruto de su siembra. Ahora es su madre la que hace intentos por acercar un minuto a dos hijos que se encargó de separar durante años. Exige una cosecha que no es proporcional al amor que sembró y, lo peor, sigue sintiéndose víctima de esta lejanía más que lógica que, con el paso del tiempo, se ha convertido en costumbre y parte asumida de una historia que se escribió con este texto.

Se siguen produciendo todavía pequeñas siembras, todas van en consonancia a lo ya vivido pues, como diría otro conocido refrán “genio y figura hasta la sepultura”.

En realidad sus amigos, entre los que me encuentro, estamos orgullosos de él. Tiene una Fe inquebrantable y un espíritu con el que es capaz de subir las montañas más altas. Es una lección para cualquiera de nosotros que no hemos tenido que pasar por lo que él sí ha pasado. Su capacidad de perdón es tan grande que otra persona que hubiera tenido que vivir lo mismo, hubiera optado ipso facto por obviar a aquellos que le exigieron lo que ni ellos mismos fueron capaces de practicar. Pero no. Él no les ha negado la palabra y tampoco les ha retirado su cariño.

En nuestra sociedad, desgraciadamente, cada vez son más los casos de malos tratos de los padres a los hijos y también a la inversa. Pero más allá del daño físico que pueden llegar a hacer, está el daño psicológico que dura para siempre y que crea inseguridades, tristezas y miedos.

Hoy, Madre mía del Rocío, te pido por todos ellos. Tú, como Madre que eres, sabes mejor que nadie curar esa herida y, como creo en Ti y creo que tu intercesión lo puede todo, te suplico con el corazón y el alma, que sanes a esas personas que no siembran amor y, sin embargo, se autoproclaman maestros de cómo se ha de sembrar. Te ruego que cada semilla que tengamos en nuestras manos sea para dar, antes que para recibir, y para plantarlas en tierras de Fe y unidad, en la que estemos seguros de que habrá frutos para hacer felices a todos los que tenemos a nuestro lado, empezando por aquellos a los que más queremos: padres, hijos, hermanos, amigos y, a partir de ahí, a toda la creación.

Francisca Durán Redondo

Directora de periodicorociero.es

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