Gracias. Así quiero empezar la editorial de este primer día del nuevo año. Dando gracias con letras mayúsculas, grabadas en oro de muchos quilates o del material más costoso de la tierra, porque ni con todo lo material tendría para dar gracias a Dios por lo grande que ha estado conmigo y con los míos. Ni con todo el oro, el platino ni los metales del mundo, me daría suficiente para agradecer a la Virgen del Rocío la fuerza de su intercesión que, más que nunca, y con total convicción, digo, afirmo y proclamo, que es poderosa y no falla jamás.
Gracias. Porque llegar hasta aquí de su mano es todo un privilegio, un regalo sin precio; una manifestación desmesuradamente inmensa de su amor inagotable, que todo lo abarca, todo lo abraza y todo lo puede.
Gracias. Porque su favor me alcanzó como lo había estado suplicando desde hacía tanto tiempo y, a pesar de todo, y por encima de todo, no tuvo en cuenta mis dudas, mi fe debilucha y pobre; más frágil que el más fino de los cristales. Ella, simplemente, me enseñó a confiar, y lo hice de su mano, fallando, equivocándome, enfadándome, impacientándome; reprochando una y otra vez que mis oraciones sirvieran de poco, que mis súplicas no fueran tenidas en cuenta.
Pero ahí estaba su amor y su insistencia. Ella ha rogado por mí desde el primer día de mi nacimiento. Nunca me abandonó a mi suerte. Me protegió de cerca y de lejos. Me buscó con su mirada cuando yo no era capaz de levantar mis ojos. Respetó mis pataletas y me abrazó en cada reencuentro. Y para ser consciente del favor de Dios, que llegó cuando ya menos lo esperaba, me di cuenta de que sus ruegos fueron más fuertes que los míos. De que mi fe débil también tenía un valor que Ella presentaba por mí.
Gracias. Porque explicar su Rocío es inimaginable y sentirlo es la gloria misma.
Qué maravilloso es poder dar las gracias hoy por el don de la vida, por haber estrenado un año con salud, por ser testigo del poder de Dios, por experimentar que los milagros existen y que, incluso los milagros propios, también pueden beneficiar y hacer felices a otras personas. Qué grande es su amor y su misericordia. Qué grande es ser cristiana y tener fe.
Si alguien os dice que la fe no sirve de nada, os están engañando. La fe es el primer paso para que todo lo malo pase y todo lo bueno llegue. Para que, mientras se atraviesa la parte dura del camino, nos sintamos fuertes para recorrerlo y cuando aparecen los paisajes de flores y los senderos frondosos, seamos humildes y reconozcamos que nada es obra nuestra, sino de Dios.
Con todo el amor que siento en mi corazón, que no sé si es mucho o es poco, pero verdadero y lleno de profundidad y de sentido, os deseo un año de tanto bien como seamos capaces de recibir y de dar, porque cuando más damos, más recibimos y cuanto más recibimos, más debemos dar. Que cada día de este año nuevo se nos riegue el alma del Rocío de la Virgen.
Ayer, hoy y siempre, por encima de todo, gracias.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es