Como todos los sábados, hoy traemos a nuestros lectores uno de esos artículos que, gracias a la colaboración de Antonio Díaz de la Serna, recuperamos del pasado para volverlos a hacer presente.
El artículo que hoy les proponemos fue escrito por Rocío Blanco Peláez y fue publicado en marzo de 1960 en la Revista Rocío. Esperamos que les guste.
Todos conocemos aquel pasaje de la vida de nuestro Señor, en el cual subió a un monte elevado, en compañía de Pedro, Santiago y Juan.
Según nos explica el Santo Evangelio (Mateo, 17, 1-9.) estando Jesús en oración se transfiguró; toda su persona irradiaba una luz vivísima; su rostro resplandecía como el mismo sol; sus vestidos estaban blanquísimos como la nieve. Moisés y Elías aparecieron junto a Él.
Pedro, ante aquella emocionante y hermosa visión, no pudo menos de exclamar: “Maestro ¡Qué bien se está aquí! Si quieres haremos tres tiendas de campaña; una para Ti, otra para Elías y otra para Moisés”.
También nosotros hemos repetido muchísimas veces la famosa y espontánea frase del apóstol: “¡Qué bien se está aquí!”, hemos exclamado, ante la Santísima Virgen del Rocío. Y, nos ha invadido el deseo, el anhelo espiritual de plantar a los pies de la Blanca Paloma, nuestra tienda de campaña y no apartarnos de Ella.
Hace más de mil novecientos años que ocurrió lo que nos dice el Evangelio. Ahora, en estos días en los que no se encuentra paz, en que vivimos sobre el cráter de un encendido y furioso volcán a punto de ponerse en erupción, no vemos solución a los problemas políticos, sociales y económicos del mundo. En muchos países sólo hay guerras, miseria y dolor.
Ahora bien; pensemos también en la Blanca Paloma.
Pensemos en la fe sin igual de los hijos de Almonte que, generación tras generación, la han sabido conservar a través de los tiempos y las adversidades. Es triste pensar en la actual situación del mundo, pero es consolador observar cómo a pesar de tantas armas mortíferas, tantos laboratorios donde se estudia el medio de destruir lo que Dios creó, existe como un dique de sujeción a todo eso.
¡Qué alegría siente el alma, cuando en plena primavera, olvidamos los problemas que acosan al mundo y en caravanas de ilusión y alegre hermandad, nos trasladamos a la Aldea, a rendirle nuestro homenaje de fe y amor a la Santísima Virgen del Rocío! Es entonces cuando viene a nuestros labios la frase espontánea y sincera que brota del corazón: “¡Qué bien se está aquí!” En esos días, nadie escucha la radio, a nadie se le ocurre pararse a leer el periódico, nadie se entera de la reciente inundación, del accidente aéreo, o de la bomba de hidrógeno que el hombre ha arrojado a cualquier isla solitaria, en vía de posible ensayo. Todos nos tornamos buenos en esos día en los cuales nos sentimos hijos de la misma Madre y repartimos la alegría como un loco y continuo derroche de felicidad.
Desde el cielo, Dios contemplará nuestra alegría; después… volverá sus ojos a esos laboratorios infernales, donde hombres de gran talento y sabiduría, consumen su vida. Comparará nuestra despreocupación y su seriedad; nuestros vivas a la Blanca Paloma, con su ciencia destructora; nuestra fe, con sus estudios; nuestro baile de “sevillanas”, con sus átomos desintegrantes; el rumor de las salves, que le rezamos a la Virgen, con el ruido de sus explosiones; querrá hacer justicia, castigar a la pobre Humanidad, pero nuestra fe en su Santísima Madre, será el dique de sujeción que aplacará su justo enojo.
Amemos a nuestra Virgen del Rocío por encima de todo; en los momentos difíciles de nuestra vida, volvamos confiadamente nuestros ojos a Ella. Hemos extendido por el mundo entero la fe poderosa de esta hermosísima tradición de la Romería del Rocío; y es ese precisamente el “detente” que hará olvidar a Dios su justicia para recordarle que es infinitamente misericordioso.
En el Evangelio, con el que comenzado estas líneas, se escuchó la voz del Padre Eterno, que decía: “Este es mi Hijo muy amado en quien tengo puestas mis complacencias: Escuchadle”.
En los días actuales, podemos también escuchar cómo una voz secreta nos congrega cada año bajo las plantas benditas de la Blanca Paloma. Y también, como entonces, al ver tanta alegría, tanta fe y tanta hermandad; no tenemos más remedio que dejar a un lado las palabras bonitas y el estilo moderno y literario y doblando las rodillas en tierra, decir con el apóstol: “Madre mía, ¡Qué bien se está aquí!”
ROCIO BLANCO PELÁEZ
Almonte