Éste editorial es para ti, porque sé que me estás leyendo.
He recibido el atento mensaje de un lector. Con su permiso y, sin decir su identidad, voy a extraer un párrafo de la carta que me envía.
“Desde que me dijo mi amigo lo de este periódico lo leo todos los días. Me gusta mucho la editorial, porque tiene usted razón en lo que dice y a mí me da mu buen rollo y una esperanza mu buena.
…Soy uno de esos marginados de la sociedad, a los que sólo echan en la tele cuando los detienen porque los pillan con temas de drogas. Por desgracia entré en esa asquerosa historia y un día me levanté que ya no podía más con mi vida porque me estaba haciendo un daño… Y también le estaba haciendo daño a los míos que eso duele más todavía.
…Entonces cogí el toro por los cuernos y le dije a mi hermano que yo tenía que salir de esa mierda. Y mi hermano me ayudó a torear a ese bicho tan bravo. Fuimos al médico y él me puso un tratamiento y me dio la dirección de un sitio donde me podían ayudar. Y yo le quería pedir a usted que hable algún día de los drogadictos, pero no como los “raros” sino como gente que también se puede curar, yo me estoy curando. Llevo ya más de año y medio sin consumir ná y creo que no volveré a hacerlo porque ahora me siento una persona nueva…”
Su carta continúa, pero eso se queda para él y para mí y le agradezco, antes de proseguir con el editorial, que haya confiado en mí para que hable de un tema tan delicado.
Estos párrafos que he escogido, y que me sirven como introducción, los podrían haber escrito otras muchas personas: de cualquier cultura, de cualquiera religión, de cualquier clase social; porque son demasiados aquellos que, como éste lector, se sienten acorralados en un laberinto de locos.
Y no voy a hablar de la droga, como me pides. Tampoco lo voy a hacer de los drogadictos, porque el drogadicto es una persona dependiente y te puedo garantizar que, en mayor o menor medida, cualquiera puede sentir dependencia hacia algo, aunque no sean sustancias.
La primera parte a la que yo podría aludir la expresas tú mejor que nadie en tus palabras. Yo quiero hablarte de los túneles, porque todos tienen salida. Y lo mismo que tú viste la luz al final del tuyo, toda persona puede encontrar la luz si no se queda estancada en la mitad del camino.
No te dejes engañar por los que dicen que hay males que no tienen cura. ¡Te mienten! Recuerda que Jesucristo no vino a curar a los sanos, sino a los enfermos. Y si Él dijo que puede curar, es porque tú estás entre esos elegidos para que el Poder de Sanación de ese Divino Pastor que sonríe en las manos de la Virgen del Rocío, se manifieste. Si Tú le has abierto la puerta para que Él te sane, ten por seguro que te sanará.
Me cuentas en tu carta que eres rociero y que la Virgen te ayudó para salir de ese mundo. ¡Cómo no te iba a ayudar, criatura de Dios!. Y no sabes la alegría que me producen tus palabras. Ya sabes que del Rocío se habla mucho en los medios de comunicación, se explayan con detalle en los que utilizan la romería para fines muy lejanos a los de una celebración religiosa. Tú, sin embargo, que podías estar entre esos que venden en las televisiones esa cara que no nos gusta a los rocieros, dices que ha sido Ella la que te ayudó y con eso consigues que otros, que tal vez puedan estar en la situación en la que tú estuviste y ahora estén también, -¡ojalá!-, leyendo esto, se decidan a mirar a esa bendita imagen que tiró de ti para que siguieras andando hasta dar con la salida del túnel.
Tengo que hablar de ti como “raro”, ¡claro que sí! Eres de esos que al desnudar el corazón no se avergüenza de decir que, en su decisión de abandonar el camino erróneo y en su afán por retomar la senda, se agarraron a la mano de la Virgen para sentirse seguro. Y eso, mi querido lector, hoy se considera “raro”.
Dirijo mi editorial a los que estáis en la mitad del túnel, donde todo se ve más oscuro y se siente miedo de avanzar. ¡Sigue adelante! Hay una luz inmensa que te está aguardando. Y si ves a un niño travieso jugar como si la oscuridad no existiera, levántate y síguelo: otros ya han sentido, antes que Tú, que era el Pastorcito Divino que llegaba para salvarlos y devolverles la verdadera alegría.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es