No pueden forzarse ni el amor ni la amistad. Es imposible. No puedes obligar a nadie a amarte, como tampoco puedes obligar a nadie a que sea tu amigo. Ninguna de las dos cosas se mendigan, son opciones libres y cada persona tiene el derecho a elegir a las personas con las que quiere compartir su vida.
Incluso el amor a Dios es totalmente de libre elección, es su amor el que nos elige siempre a nosotros, está ahí, sin condiciones, sin límites, de tal alcance, que nos da la libertad de acogerlo como el Señor de nuestras vidas o de obviar su presencia creadora y salvadora.
El amor de Dios, el amor de la Virgen, que para los rocieros es fuente inagotable en su advocación de Rocío, no hace falta mendigarlos, no hace falta forzarlos porque se nos dan sin reservas, gratuitamente, sin coacciones, sin reproches, sin máscaras.
Es triste cuando ves a personas insistir para agradar a otras, se mueren por ser las “preferidas” de alguien concreto. Buscan cómo asemejarse a sus gustos, a sus formas de expresarse, a sus conductas, hasta el punto de dejar de ser ellos mismos. De pronto, ves cómo aquellos por los que hicieron tamaño sobresfuerzo eligieron a quienes no movieron un dedo por ganarse su amor o su amistad.
En cambio, el corazón de Dios tiene cabida para todos, no quiere que seamos distintos a lo que somos, nos ama cuando estamos cerca y cuando estamos lejos. Nos quiere cuando lo invocamos y cuando pasamos de Él. Si caemos, está cerca para ayudarnos a levantar. Se hace presente durante todo el recorrido.
La Virgen, en su tarea de intercesora, nos da su mano para no soltarnos, pero si ve que nos soltamos, respeta nuestra ausencia y sigue estando su mano tendida para la vuelta, acogiéndonos con un abrazo que llega a curarlo todo.
Nunca será suficiente nuestra acción de gracias por ese amor desinteresado, porque siendo el que siempre permanece, el que no pasa nunca, es al que menos caso hacemos, el que siempre está, el que jamás falla, el que se nos da sin que haga falta pedírselo.
Ojalá la Virgen nos enseñe a no apartarnos nunca de su amor ni del amor de su Hijo, porque Él es el camino, en Él está la verdad y Él nos amó tanto, que nos dio la vida.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es