martes, diciembre 10, 2024
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Flores en las Marismas del cielo

Parece que cuando estamos acercándonos a fechas tan significativas como el día uno o dos de noviembre, todo a nuestro alrededor nos hace recordar -todavía más de lo que cada día lo hacemos-, a esas personas a quienes hemos amado mucho, pero que un día fueron reclamados por la Virgen y Ella misma se encargó de llevarlas de la mano a las Marismas del cielo.

En este momento se me viene mucha gente a mi pensamiento y, seguro que cualquiera de vosotros, ahora mismo, estáis recordando a alguien; pero hay una persona que marcó mi vida profundamente, dejó un vacío en mi casa muy grande, todo cambió desde que él se marchó aquel día, pero sabemos que ya está gozando de la presencia permanente de la que fuera en la tierra, Norte y Guía de su corazón. Lo fue en su vida y también en la hora de su muerte.

Esa persona tan especial es mi padre. Murió cuando tan solo tenía 59 añitos. Y parece que fue ayer…

Guardo tantos recuerdos bonitos y entrañables de mi padre que, compartiendo esto con vosotros, tengo los ojos nublados de lágrimas mientras escribo. ¡Pero no me importa! Necesitaba echarlo al aire, como se disparan las salvas de escopetas cuando la Virgen va para su pueblo.

A él le debo el que yo esté hoy aquí. No sólo biológicamente, -me consta que soy una hija nacida de una unión con mucho, mucho amor-, también le debo a él, el que sea rociera desde el seno de mi madre.

Era muy raro verlo llorar. Pero cuando llegaba a la Ermita no tenía miradas más que para su Reina. Cada vez que íbamos al Rocío y entrábamos en la Ermita, se acercaba a la reja, se arrodillaba y miraba fijamente a su Madre. Después se sentaba en uno de los primeros bancos y allí se quedaba largos, muy largos ratos hablando con Ella. De pequeña me impresionaba verlo emocionarse y cómo sacaba su pañuelito del bolsillo para secarse las lágrimas.

Fue un rociero de los que pasan desapercibidos, iba a la Misa de los Lunes de nuestra Hermandad del Rocío, miraba con especial cariño a nuestro Simpecado morado. En Pentecostés, desde que tengo uso de razón, no recuerdo ni un sólo año en que mi padre se haya ido a la cama estando la Virgen en la calle. La acompañaba desde que salía hasta que se recogía, cosa que he seguido haciendo yo y mientras Ella me dé fuerzas, quisiera seguir haciendo.

Con mi padre le rezaba todas las noches, antes de dormir, cuando era una niña, a la Virgen del Rocío: «Vela mis sueños, Virgen del Rocío, el de papá, el de mamá y el de mi hermano. Dios te Salve, María…»

También me enseñó a rezarle una oración al Niño Jesús, que todos sabemos ¡seguro!, pero él me la enseñó cambiando lo de “Jesusito” y, en su lugar decía así: «Pastorcito de mi Vida, eres Niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón…»

Todavía hoy, que ya he crecido un poquito, pero sigo conservando aquellas cosas de mi niñez, me acuesto rezándole así al Pastorcillo Divino.

Hoy, mañana, son días duros para mí. Sé que también lo son para muchas personas. Os confieso que me cuesta enfrentarme a ir al cementerio y ver que tras una lápida se encuentran los restos de aquel que nos diera tanta vida, porque llenó nuestra vida de sonrisas, alegrías, comprensión, diálogo y tantas y tantas cosas buenas.

Hoy, y mañana, sin embargo, son días de flores.

Aunque llueva, aunque haga frío, son días de flores, muchas flores, mucho colorido… Y hoy, cuando recordaba una vez más a mi padre, me doy cuenta del testimonio tan inmenso que él mismo quiso dejarnos a los que seguiremos queriéndole siempre y que resumió antes de marcharse a la eternidad con una sola frase: “Ya está aquí el Rocío».

¿Y sabéis qué os digo, amigos lectores?:

Que hoy y mañana las flores a nuestros seres queridos han de ir alegres al encuentro de quienes siguen dándonos vida desde las Marismas del cielo.

Ellos son intercesores junto a nuestra Madre, son caudales de la Gracia de Dios para que seamos felices y debemos estar muy agradecidos por todo lo que nos han dado.

En mi recuerdo tengo también las almas de todos los que marcharon y murieron solos, sin nadie que les diera una mano, sin una mirada de cariño… Para ellos, Madre Santa del Rocío, también las flores de nuestra oración por el descanso eterno de sus almas.

Y a ti, Rocío, Madre del Rocío, por siempre y para siempre, Gracias.

Francisca Durán Redondo

Directora de periodicorociero.es

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