Me encanta escuchar el sonido de las campanas, me dan la sensación de invitaciones a la alegría, me llenan el corazón de paz y llenan de gozo mi alma.
Cuando las escucho siento que voy a recibir buenas noticias, se me viene a la mente de inmediato el campanario del Santuario del Rocío y mezclo el sonido real con el repicar de mis recuerdos, pendientes de la salida de la Señora.
Ahora mismo, aunque todavía es muy temprano, suenan las campanas de la Iglesia que tengo sólo a unos pasos. Me avisan de la apertura del Templo y llaman a los cristianos a la oración.
En el Sagrario estará expuesto a los ojos de los fieles el Santísimo Sacramento. De fondo, mientras llega la primera visita a estar un rato con el Rey de la casa, suena una música que te lleva a la serenidad y la calma, ayudándote a encontrar interiormente el mejor clima para estar con un anfitrión de categoría.
Ocurre a diario y cada lunes me gusta su sonido especialmente. Un nuevo día, una nueva semana y un nuevo desafío con los que ir sorteando retos para trabajar con ilusión y con la confianza depositada en el único que lo puede todo.
Parecen como caídas del cielo para recordarnos que es buen momento para alabar a Dios.
Cuando la Virgen entonó el Magníficat yo quiero pensar que había millones de campanas unidas a su alabanza y, ahora, que casi llegas al punto final del editorial del día, te invito a ti, rociero, a que hagas una breve parada en tu labor. Si cierras los ojos y respiras honda y pausadamente, seguro que encuentras en tu corazón un campanario. Hazlo sonar: eleva tu oración, verás cuántas campanas suenan al mismo tiempo llenando el universo de un instante de paz; la Paz que en todos los rincones de la tierra se necesita y también es regada con el Rocío.
Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es